Regresó al espacio del ayer. Regresó y volvió a leer algunas de las primeras páginas de su vida, siguiendo el humo que sólo la lejanía en el tiempo desprende. ¡Qué curioso! ¡Sólo una letra separa la vía de la vida!
La vía se perdía entre la hierba que asfixiaba poco a poco los raíles. Hacía muchos años que el tren dejó de pasar por su pueblo, si es que alguna vez lo hizo. Bajó la mirada hasta arrastrarla por el suelo. De las traviesas, sólo se conservaban astillas de madera negruzca y apenas quedaban ya piedras entre ellas, utilizadas como proyectiles en aquellas infantiles batallas. ¡Cómo sangraba la cabeza de Mario! La escena saltó como un flash back de película. Una pedrada dejó tumbado a su amigo sobre aquella esparraguera donde los niños solían competir en distancia con imposibles arcos de orina. Raquel le consoló acurrucando la sangrante cabellera sobre su pecho y las florecitas amarillas de su vestido, fueron enrojeciendo hasta parecer amapolas enanas. Desde ese momento comenzó a odiar a Mario, sin saber muy bien por qué.
Y sobre la vía le vino, como un soplo huracanado, el recuerdo de aquellos años fetiches en los que la pandilla jugaba a los trenes y él, con sus manos, buscaba la cintura de Raquel para formar parte del convoy. Hasta bastante tiempo después no entendió que fue su primer amor.
Le pareció oír el silbido de una locomotora y se apartó bruscamente. Pero no pasó ningún tren.
Foto de Paz Sierra, copiada de http://petitagranllagosta.blogspot.com
A veces, las vías muertas se diferencian de las vidas muertas en una letra y pocas funciones vitales.
ResponderEliminarLos recuerdos quedan prendidos a alguna imagen, sonido, olor o cualquier acorde que pueden reinventar un episodio del pasado.
Y que no que pase ningún tren.
Me ha gustado. Un saludo.
Bonito relato y gracias por aludir a mi blog.
ResponderEliminarUn saludo.