El padre, un hombre con manos encallecidas de ordeñar cabras, se lo advirtió. Su hijo menor, Granillo le llamaban, había colocado la lechera sobre un piedra, debajo de la ubre de una cabra. ¡Se va a caer la cántara! Y así fue. La leche se precipitó por una costanilla abajo, salpicando a un sapo que dormitaba junto a un lodazal. Éste, lamió su lomo y con la retranca típica de un batracio, comentó con un croar alto: ¡Qué bien se lo pasan los mamíferos!
Publicado en Relatarium el 17 de noviembre de 2011, firmado como "country49"
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