Cuentapalabras (microrrelatos)


Ecocrisis

La ecografía mostraba lo que parecía ser una tumoración en uno de los brazos de la criatura. El ginecólogo no supo emitir un diagnóstico. El parto fue laborioso pero el niño nació bien. Su madre lloraba de alegría y por un momento dejó de pensar en el difícil trance que pasaba la familia atropellada por la crisis. Cuando le llevaron el recién nacido a su regazo, gritó a su marido: ¡José! ¡Ve a comprar mantequilla! ¡El niño viene con un pan debajo del brazo!



Faro ciego

El faro, largo tiempo inservible, agonizaba en la costa. Su luz se cegó una noche de tormenta allá por los años del hambre. Su acceso era peligroso. Los escalones apenas se dibujaban conformando un amasijo de arenisca. Pero yo subí. El último tramo moría en un estrecho habitáculo donde hasta las ratas huyeron dejando cables roídos como huesos de cobre. Entre la mugre, escuché una voz rasposa y lejana que suplicaba -Nos encontramos a 40º 15' al norte de Cabo Blanco -no distingo bien sus señales-

Piel y aire

Ella sabía que mis ojos chispeaban cuando, entre luces y sombras, se desnudaba en su alcoba frente a mi balcón, atalaya desde donde podía leer su cuerpo mientras se deshojaba, prenda a prenda, hasta confundirse piel y aire. 


Ella sabía que me sonrojaba al contemplarla por las mañanas camino del instituto, vestida de hoja caduca. 


Ella sabía que yo soñaba con asaltar su castillo y liberarla de botones y cremalleras. 

Pasaron los años y aún recuerdo cómo ardía ese cuerpo que jamás tuve en mis brazos.


Una de dos, con permiso de Aute

Disparamos nuestros dedos al mismo tiempo sobre el único ejemplar de ese libro. Ella soltó una carcajada y yo le hice eco con una modesta sonrisa. Le cedí el turno pero se negó en redondo. Me propuso ir a otra librería donde pudiésemos adquirir juntos la misma obra. Y así hicimos. Quedaban sólo dos ejemplares y cuando ella se disponía a tomar uno de ellos, una mano varonil desconocida coincidió con la suya. Se miraron y hoy compartimos los tres un apartamento amueblado en un barrio periférico.



Entre muñecas

Buscando regalos de Reyes, su mirada se detuvo en una muñeca moteada de polvo que descansaba entre otras más lustrosas y protegidas por cajas de colores. Vio en la muñeca su propia cara de niña reflejada en porcelana. Hasta la ropita era la misma que llevaba en esa foto infantil que aún conserva. Preguntó su precio y el dependiente, de porte inquietante, contestó: La vendo por 30 € pero si es para usted...y dijo una cantidad escandalosa. Es el precio de acariciar su propia infancia, añadió.

Puertas al campo

¡Eso es poner puertas al campo! Esta frase la habréis oído miles de veces. Pues yo coloqué una puerta en medio de un prado y la observé largo tiempo con mis prismáticos desde una colina. Al principio sólo pasaba a su través algún que otro conejo pero poco a poco se fueron incorporando otros animales y llegó un momento en que todos, incluidos insectos, traspasaban la puerta de uno a otro lado siguiendo un orden jerárquico filogenético. Ahora mismo veo entrar, o salir, un escorpión tras un lagarto.


Piedras como agua

Me encuentro en una isla rodeada de tierra por todas partes. Sé nadar pero nunca intenté escapar braceando sobre piedras como las que me circundan. Cuando adelanto un pie hacia el exterior, enseguida retorno a la seguridad que me proporciona esta ínsula de paz. A veces intento llamar la atención de alguna caravana que pasa cerca pero en el fondo deseo pasar desapercibido. Me distraigo enviando mensajes encerrados en latas de cerveza que arrojo con fuerza lejos de la isla. Nadie los lee ¡Para qué!

Étoiles


Quise ponerle tu nombre a una estrella pero todas aquellas que mi vista alcanzaba, ya lo tenían. Exploré la noche y caminé con mis ojos por el firmamento buscando el mínimo resquicio donde pudiera distinguirse un fragmento de luz innominada. Conseguí apartar el débil destello de una estrella fugaz y fijarla con mis intensas ganas en la profundidad inversa del cielo. Ahora, guardo en secreto ese brillo que sólo yo veo y que llevará tu nombre mientras mis huesos se muevan.

Judas el pez

La caña se dobló como el espinazo de un gato a punto de saltar. Tiré con fuerzas hasta que saqué un enorme pez con vetas azuladas en su lomo. Vi como dibujaba ondas con su cuerpo en la arena. De sus agallas se desprendían pequeñas fracciones de espuma. No sé por qué le puse nombre: Judas. Nunca debí de hacerlo. Ahora sueño todas las noches que me encuentro sumergido en un mar donde reina una oscuridad que me aterra.

Corre, corre


Era tan temprano que los gallos aún remoloneaban. Se calzó unos botines y salió andando, primero despacio y luego dando grandes zancadas. Llevaría varias horas de marcha cuando inició un trote rítmico y acompasado. Le entró apetito y sin detenerse, mordisqueó un bocadillo que sacó de su bolsillo, hecho un amasijo. Aceleró y ahora corría como un poseso. Le sangraban los pies. Ya atardecía cuando resbaló y cayó en una escombrera. Su cabeza se abrió como un melón. Por fin llegó a ninguna parte.

El sapo y la leche


El padre, un hombre con manos encallecidas de ordeñar cabras, se lo advirtió. Su hijo menor, Granillo le llamaban, había colocado la lechera sobre un piedra, debajo de la ubre de una cabra.    ¡Se va a caer la cántara! Y así fue. La leche se precipitó por una costanilla abajo, salpicando a un sapo que dormitaba junto a un lodazal. Éste, lamió su lomo y con la retranca típica de un batracio, comentó con un croar alto: ¡Qué bien se lo pasan los mamíferos!

El sargento tiempo


El segundero del reloj de pared comenzó a girar en sentido contrario. Las agujas de los minutos y de las horas marcaban igualmente el tiempo dando marcha atrás pero cada vez a una mayor velocidad. Llamaron a la puerta. Un repartidor me alargó un paquete y firmé el recibí. Lo abrí y con sorpresa descubrí el disco LP de vinilo "Sargent Pepper" de The Beatles. Mas de cuarenta años atrás lo adquirí por correos y nunca me llegó. En ese momento, las saetas del reloj recuperaron su latido normal.


Sueño de pájaro


La puerta de la jaula quedó abierta. El pájaro, de colorido plumaje, asomó su cabecita hacia el exterior observando el inmenso espacio vacío que circundaba su único reducto conocido. Estiró sus alas y con torpe revoloteo intentó adueñarse del nuevo mundo. Apenas unos minutos en el aire y ya le dolían las plumas. Regresó, cansado, se introdujo en la jaula y con un ágil golpe de pico, cerró la puerta y se durmió. Ese día soñó con una bandada de jaulas que volaba hacia el infinito.