Imagen y palabras

Inicio esta etiqueta con un texto que no es mío sino de mi admirado Manuel Vicent, publicado en El País. Y lo hago aprovechando que en mis archivos guardaba esta foto realizada en el viaje que hice a Marruecos el pasado septiembre de 2011. No es más que un zapato viejo entre cascotes del viejo edificio del Granero de Mulay Ismail en Mequinez. Cuatro meses después leo esta columna de Vicent que hace referencia precisamente a zapatos viejos y no he podido resistir la tentación de asociar ambas   cosas.

                 ZAPATOS

A la hora de desechar por viejos a un par de zapatos piensa qué será de ellos si van a parar cada uno a un distinto contenedor de basura, después de haber pasado juntos toda la vida. Ante el destino aciago que los ha separado, los zapatos viejos suelen llorar cada uno por su lado al recordar que un día calzaron a aquel niño salvaje que trepaba por los árboles; a aquel chaval nervioso que daba patadas a los botes en la calle camino del colegio; a aquel chico enamorado que los lustraba para ir a bailar con la novia a las verbenas; a aquel joven inconformista que siempre iba detrás de una pancarta equivocada; a aquel recién casado que durante el paseo en las tardes desoladas de domingo los arrastraba en silencio junto a su mujer tirando de un carrito de bebé; a aquel señor metido en política que tuvo que pisar innumerables charcos; a aquel anciano melancólico que renunció a ellos cuando ya no podía atarse los cordones si no era blasfemando. La historia de cada persona puede ser escrita a través de los zapatos que ha calzado a lo largo de los años: aquellos que dejó en el balcón la noche de Reyes; o aquellos de dos tonos, blancos y color café, con rejilla, de hortera; o las botas rudas de excursionista buscador de setas; o los mocasines de tafilete con dos borlitas, de lechuguino; o los últimos con las suelas pintadas de negro betún de Judea con los que cualquiera será enterrado. El alma se le baja a uno hasta los pies al caminar y gracias a que queda atrapada en los zapatos, no se pierde en la calle a merced de cualquier perro sarnoso que quiera pasarle la lengua después de olisquearla. Uno siempre es responsable de los zapatos que calza y a partir de ellos, como si fueran raíces llenas del fermento de la tierra, el individuo se desarrolla. Subiendo por las piernas, las caderas y las vísceras se puede llegar al alma de cada persona, que suele ser de la misma calidad de piel y de una horma parecida. En la memoria están todos los zapatos que uno ha llevado, los indómitos, los flexibles, los dóciles, los correosos, según las sucesivas etapas psicológicas de una vida. Los zapatos que uno desecha, si van a parar a un basurero distinto, se llevan también el alma dividida. Y allí puede que recuerden con orgullo o desprecio al individuo que los calzó un día.

Autor: Manuel Vicent. Publicado en El País, 8 de enero de 2012


SEVILLA O SIEMPRE NOS QUEDARÁ LA FERIA




Se evaporó la Semana Santa entre aguas inoportunas y algunas lágrimas que engordaron el Guadalquivir a su paso por la Torre del Oro. A rey muerto, rey puesto. Las mujeres corren hacia armarios y trasteros para rescatar sus trajes de flamenca de las garras del polvo y el olvido. Incluso más de una rompe esa hucha que, a fuerzas de digerir moneditas, ha colgado el cartel de completo, recuperando el dinero celosamente ahorrado y se dirige rauda y veloz hacia la tienda más cercana para hacerse con un modelo nuevo con el que romper la mañana, la tarde y la noche en la feria de Abril.

La joven sevillana se asoma al escaparate y se reconoce enseguida. Ese traje viste más en su desnudez que en su envoltura. Ya se imagina con él de regreso de esa vorágine que es el albero ferial, con alguna copita de más, cansada pero con ganas de rematar la noche. Él sólo tiene que remedar a un león hambriento y atacar con amorosa fiereza el cuello de su "victima" dejando caer la parte del vestido que deja al descubierto esa parte golosa que servirá de aperitivo para una postrera cena (o desayuno,¡vete tú a saber a qué hora es el regreso!) y una vez ambos saciados, dormir lo imprescindible para volver a las fértiles praderas donde las casetas de feria sólo son mudos testigos de amores y desamores, de encuentros y desencuentros...de la vida, en definitiva.

Foto de Groucho the Tracker, o sea, mía  (Escaparate de la tienda Rocío Trastallino en la calle Castilla - Triana (Sevilla) mientras componían uno de los maniquíes)