domingo, 25 de noviembre de 2012

Oferta bancaria


   Acababa de salir de una relación que socavó mi cuerpo y mi alma hasta dejarme exhausto sentimentalmente. El centro comercial se encontraba a esa hora más que animado y nada más traspasar una de sus puertas, una chica joven, con el pelo recogido en un gracioso moño, se me acercó con un porta-papeles y me preguntó con qué entidad bancaria trabajaba. Casi sin dejarme hablar, me señaló el stand de donde había salido y en el que un letrero mostraba con grandes letras: “Bankarta”: su banco abierto

     - ¿Y que me ofreces? - Dije con aire de fingida suficiencia.

     - Pues, nuestro banco, por el simple hecho de trabajar con nosotros, le ofre…

   No la dejé terminar

    - No has entendido mi pregunta: ¿Qué me ofreces ? – su juventud me impulsó a prescindir del usted. No me malinterpretes, no pretendo ligar sino que sólo quiero saber lo que una mujer como tú, puede ofrecer a un hombre desengañado, cuarteado y roto.

   Ella se sorprendió y reaccionó con una disimulada sonrisa mirándome a los ojos:

     - Me ha desarmado – dijo. Es la primera vez que alguien contesta de este modo a mi oferta bancaria. Estoy acostumbrada a que se metan con mi trasero, con mi escote e incluso que me manden a paseo, pero usted…

   De nuevo la interrumpí:

    - No me recuerdas a nadie en particular, con lo fácil que resultaría esa estrategia; ni siquiera puedo hablar de un flechazo. Pero algo me dice en mi interior que tienes mucho y bueno que ofrecerme. No suelo equivocarme. Tu cara es transparente y pude ver trajinar tu cabecita mientras me hablabas e intentabas vender tu producto. Me atrae el equilibrio que emanas. No quiero destacar de ti ninguna de tus cualidades físicas que cualquier hombre vería de no ser ciego, pero sí un conjunto de percepciones que me arrebatan.

     - Bueno, perdone, debo dejarle, gracias por su atención - dijo la chica, pero ella se quedó unos segundos, como esperando a que yo siguiera con mi monólogo abierto.

   -Yo – continué - en cambio, sólo puedo ofrecerte una dedicación exclusiva. No dejar que pases ni un momento sin dar gracias a la vida; regalarte día a día una panoplia de atenciones; intentar que en los momentos en los yo no esté a tu lado, me evoques con hambre -ella hizo un además de marcharse - ¡No te vayas! Los bancos son impersonales y hoy, por muchos clientes que consigas, no evitarás que te den una patada en el culo cuando no te necesiten. Me atrevo a invitarte a un café. Si me dices que no, me iré por donde he venido pero, eso sí, con la sensación de haber perdido esta oportunidad, ¡quien me lo iba a decir!, que un banco me ha dado y que difícilmente se repetirá.

  Ella se giró para marcharse pero rápidamente se volvió hacia mí y me dijo: 

- Espera a que me despida de mi jefe. Yo lo tomo descafeinado con poca leche.

martes, 16 de octubre de 2012

El ciclista y el viejo




     Enrique despertó a su bicicleta reposaba en un rincón y se dispuso a recorrer los 50 km que le separaban del monte Aralán. Llaneaba sin esfuerzo hasta que enfiló las cuestas que se retorcían sobre la ladera, momento en el que aparecieron islas de sudor en su vieja camiseta. En el último kilómetro, con un pronunciado desnivel, su corazón era una batidora de sangre y sólo su amor propio le llevó hasta la cima. Allí encontró a un viejo, sentado en una piedra, que le saludó y le pidió algo de comer. Enrique, con una ostensible capa de sudor, se interesó por aquel anciano que parecía simplemente sobrevivir y entabló conversación, que enseguida hilvanó el vagabundo, diciendo:

  • Llevo aquí mucho tiempo, ¿sabe? Tanto que casi no lo recuerdo. Subí cuando aún era un niño y ya ve, después de tantos años me he hecho a esta montaña a la que ya considero mi casa. Vivo en una choza de troncos y ramas y no me falta comida pues este paraje me da todo lo que necesito: bayas, hierbas y algún que otro conejo que pueda cazar con mis trampas. Además, los excursionistas, como usted, me dan siempre algo que llevarme a la boca, incluso cerveza, que a mí me sabe a rastrojo, así que, paso las horas y los días y no echo nada en falta. También consigo tabaco y si no, me fabrico, ¿sabe?, un cigarro de matalauva. A veces rezo alguna oración que mi madre me enseño antes de dormir y ojeo revistas de colores que la gente deja abandonada, aunque no llegué a aprender a leer del todo…
  • Pero…tendrá usted aún familia y bajará con frecuencia al pueblo, ¿no?, interrumpió Pedro.
  • ¡Con frecuencia, dice! Ya le dije que ésta es mi casa y además, no me enseñaron a bajar. Me da pánico abandonar la montaña. Podría despeñarme. Me van fallando las piernas ¿sabe? y mi vista no alcanza ni un metro. Además, ¿qué se me ha perdido a mí en el pueblo? ¡Deje, deje! ¡De aquí no me mueve ni Dios! ¿Quiere que le haga una vara para que le ayude a caminar? Dedico buena parte de mi tiempo a pequeños trabajos que luego cambio por lo que quieran darme. Pero no piense que soy comerciante. No quiero dinero y eso que mucha gente es muy generosa y quieren recompensarme con monedas. Pero prefiero el trueque. El otro día me dieron una pastilla de jabón por un tirachinas. Cuando se tercia, ¿sabe?, me lavo en un pequeño manantial que hay aquí cerca, que para la mugre se necesita algo más que agua.
  • Le pregunté antes por su familia. ¿No le echan de menos? ¿No vienen de vez en cuando a visitarlo?
  • Por mi edad, ¿sabe?, estoy seguro que mi familia, la que recuerdo de mi infancia, ya estará criando malvas o, si queda alguno vivo, no creo que esté mejor que yo. No conocí a mi padre, que murió ahogado antes de nacer yo -esta frase la pronunció el viejo casi susurrando – y mi madre debió preguntar por mí cuando me dio por subir una tarde de enero a esta montaña y tardaba en regresar a casa. Pero, por aquellos tiempos, ¿sabe?, en el pueblo pasaban cosas tan raras que nadie, ni siquiera una madre, preguntaba los por qué. 

    Fueron malos los primeros años aquí arriba. Era muy niño y, aunque nunca me dieron miedo  los animales, por aquí merodean alimañas que de noche rascan el follaje y por entonces sí que se me ponía la piel de gallina. Lo que son las cosas, ahora ese ruido me da compañía.

     Tras un breve silencio, el viejo lió un cigarro, ofreciéndole uno a Enrique, y sacó de un zurrón dos cucharones de corcho.

  • ¡Le invito a un trago, amigo! Carmelo, el guarda forestal, me trae de vez en cuando unos cuartillos de vino. Mire, los cucharros, ¿sabe?, son mejores que los vasos. Se bebe el vino como si fuera sopa y te llega hasta las entrañas. Una vez, ¿sabe?, me pasé y estuve dormido casi un día entero. Se asustaron cuando me encontraron sobre el pie de un árbol, quisieron llevarme al médico del pueblo. Menos mal que desperté y de una coz conseguí quitar de en medio a los hombres que me agarraban por los brazos.

     Enrique abrió un pequeño recipiente de plástico y compartió con el viejo un bocadillo de jamón York y una bebida energizante.

  • No está malo, dijo el viejo, pero echo de menos el pan con tocino que mi madre me daba en la merienda. Una vez, ¿sabe?, me regalaron una cabra. ¡Pobrecita! Me acompañaba como un perrito y con su leche me alimentaba en los días crudos de invierno, cuando casi nadie sube por aquí. Murió despeñada en el barranco de Revientacabras. ¡Qué bien puesto está el nombre ese!

     El tiempo pasó con una rapidez inusitada para Enrique y en el momento que decidió montar la bicicleta y despedirse del viejo, éste le seguía describiendo su día a día en la cima del monte. Tras amagar un adiós, abandonó de nuevo la montura, y dejándola sobre un árbol, volvió a sentarse junto al viejo.
  • Por cierto, llevamos un buen rato charlando y aún no sé como se llama.
  • Llámeme Garrafo, ¿sabe?, así conocían a mi abuelo y a mi padre y así es como me llaman…y no me hable de usted. No tengo estudios y me suena raro.
  • ¿Sabes? - Pedro se contagió de la coletilla de Garrafo-, también a mí me da miedo ahora bajar el monte. ¿Te importa si te hago compañía?
  • Puede usted, si quiere, hasta quedarse esta noche en mi cabaña. Cabemos los dos de sobra. Es cuestión de hacer otro camastro de brezo.
  • No me refiero a esta noche, Garrafo, sino para siempre. Enrique dio otro bocado al pan y se lo pasó al viejo. ¡Los de abajo pueden esperar hasta que se olviden de mí!

     Garrafo tomó una castaña del suelo y la mordió con unas paletas ennegrecidas que asomaban entre unos labios curtidos por la libertad.

jueves, 11 de octubre de 2012

La momia


El temporal castigó con saña a la iglesia de San Gregorio, causándole mil y un desperfectos, entre ellos, el mordisco a una pared que dejó al descubierto un oscuro habitáculo.

Una vez derribado el falso muro, apareció en su interior el cuerpo momificado de un hombre que debía llevar allí largo tiempo. La mano del muerto asía una especie de cincel y parecía apuntar con él hacia una de las paredes que cerraban el estrecho cubículo. Junto a la momia, un canasto de mimbre contenía argamasa endurecida con una paleta incrustada  y, algo más retirados del cuerpo, yacían, apilados en el suelo, unos ladrillos de adobe y alguna que otra pieza de cantería. 

Rascando bajo la humedad de la pared señalada por el cadáver, salió a flote una inscripción, grabada en la piedra, con líneas torcidas y en un latín fugaz:

"complta relnqit rim problitu sum ostim"

Ramón Castro, experto en lenguas muertas, tomó nota de los latinajos y reconstruyó el texto:

"completas relinquit rima pro oblitus sum ostium”

Traduciéndolo seguidamente:

Obra terminada. He olvidado dejar un espacio para la puerta.

lunes, 24 de septiembre de 2012

El Anillo


Mi novia siempre se detenía en el escaparate de esa joyería. Miraba con indisimuladas vetas de ilusión un anillo que brillaba con especial fulgor entre un bosque de alhajas.

-Algún día podré comprártelo, decía yo observando su carita de niña a la que se la antoja un helado.

-¡Cariño! ¡Pero si cuesta casi medio millón de euros!

No pude dormir esa noche. Aún no había amanecido cuando me dirigí a ese cajón del armario donde yo sabía que yacía una polvorienta pistola que perteneció a mi abuelo, que murió durante la guerra civil. Mientras me hacía con ella, recordaba que mi padre, ante mi reiterada curiosidad, me decía que el abuelo nunca la utilizó porque para él, la vida humana era sagrada.

Entré armado en la joyería. Tenía más miedo que el dependiente. Le apunté y le conminé a que me diera el anillo. Hizo un movimiento extraño y yo apreté el gatillo. Ante mi sorpresa, me ensordeció un estampido y una bala atravesó la cabeza del desgraciado. Salí corriendo con mi botín ¡Quien iba a pensar que la pistola aún alojaba la muerte!

Esa tarde, ante mí, ella mostraba orgullosa el anillo en su dedo anular.

-¡Tonto! ¿Por qué te has gastado tanto dinero! Te engañé con el precio para que no lo compraras. Sé lo que representan para tí los 60 euros que te ha costado, ahora que estás en el paro. ¡Anda, dame el ticket de compra! ¡Vamos a devolverlo!


Parte de la historia que su padre nunca le confesó: El abuelo guardó un bala para sí mismo en el caso de que los fascistas le detuvieran, pero otra bala perdida acabó con su vida. Un compañero guardó la pistola y se la dió a la familia como recuerdo de un hombre que odiaba la muerte.

lunes, 20 de agosto de 2012

Bañeras


¡Cuanta nostalgia de ese cuerpo blanco de harina que se escondía entre espuma y globos de jabón irisado!  Tu mano se introducía en mí esperando que yo te regalara la tibieza del agua antes de poseerte. Yo rebosaba de gozo cuando desplazabas mi contenido. 

Los libros de física lo olvidan pero, ¿no se inspiró Arquímedes en tu empapada anatomía? Te desnudabas con esa elegancia tan desinhibida  que yo presenciaba a través del espejo cuya piel de cristal se velaba con el vapor de mi respiración.  ¡Cómo ardía de celos cuando ese hombre te acompañaba a veces en tu baño.! Intentaba extraer el tapón para dejar a la vista esas manos que te acariciaban bajo el oleaje que vuestros cuerpos provocaban en mi pequeño mar. Sin embargo, ¡me sentía tan feliz en tus placeres solitarios! Tus jadeos y risas me daban vida. Cuando me abandonabas, tu epidermis arrugada de tanto placer, se refugiaba en esa toalla azul, envidiado manto de reina,  que dejabas después con mimo sobre mi regazo.

Llegó mi hora. La esperaba. Ahora, aunque triste, aún me siento útil recogiendo el agua de ese canalón que vierte la lluvia sobrante de tu tejado. Mis labios enverdecen de placer cuando te veo acercarte con tu bata de seda y miro con disimulos tus muslos que durante tanto tiempo probaron mi vientre.



Tú al menos aún bebes agua, Yo, olvidada, en medio de esta sierra, soportando las inclemencias del tiempo, no tengo ni siquiera el consuelo de una lluvia reparadora que me colme y que sólo resbala por mis costados. Podría mentirte contándote historias de baños increíbles...pero ¡para qué! No tuve tu suerte. Mi recuerdo no es de celofán sino de un grosero envoltorio. Nací defectuosa y no tuve la oportunidad de ser útil a esos cuerpos que esperaba ardientemente. Me abandonaron a mi suerte. Las hojas me acompañan y algunas castañas consiguen mantener mi atención y sacian en parte mi aburrimiento. Miro hacia la casa que me despreció y veo entrar a esa mujer de piel morena que tanto me recuerda a tu sirena.

Sólo me queda desearte mejor suerte que yo en esa tu segunda etapa como recolectora de agua de lluvia y que tanto envidio.

(fotos del autor)

viernes, 17 de agosto de 2012

Cibertrovador


(poema anacrónico-jocoso en octosílabos)

Al pie de esta torre aguardo
que te asomes, alma pura
no es el tiempo el que dura
sino la hoguera en que ardo

Mi móvil en el regazo
Un portátil que me jura
conseguir la cobertura
para colmarte de abrazos

Y tú, en silencio, ni caso
tu indiferencia procura
regar tu amor, sin factura
por mis venas, dando saltos

Consigo entrar en el lazo
del wi-fi que el bien augura
parece que me asegura
conexión pero con plazos

Entro, resisto el retraso
la impaciencia ya me apura
y me adentro en la espesura
del Google, que me da paso

Tu ventana, a cal y canto
sin señal de luz, a oscura
sin esperanza futura
de tenerte entre mis brazos

Con mis dedos, tecleando
sigo en mi fiel aventura
pues no hay peor quemadura
que la pasión que yo aguanto

Un mensaje que es quebranto
y esperando su lectura
como manzana madura
sale del vil aparato

Más si se pierde el contacto
de quien depende mi cura
me sobran y con holgura
los correos que te mando

Sigo aquí, desesperado
bajo esta cruel dictadura
y la insufrible locura
de un Internet enroscado

Recurro al móvil mundano
lo acerco a mi comisura
pero todo es impostura
pues estás comunicando

Y grito en mi desencanto
¡si esta ciencia en miniatura
no transmite mi ternura
reniego de este adelanto!

Amanece y ya me marcho
con un poso de amargura
y también, de calentura
que llevo un mes sin probarlo

lunes, 13 de agosto de 2012

Serena elegancia

La escena se desarrolla en unos grandes almacenes. Una señora algo desorientada mira hacia uno y otro lado buscando entre los departamento. Un empleado se le acerca.


  • ¡Buenas tardes, señora! ¿Puedo ayudarla? ¿Busca usted algo en concreto?
  • Sí, gracias. La sección de caballeros...si es usted tan amable. Disculpe pero me encuentro algo aturdida.
  • Está usted en el sitio justo. Yo soy el encargado ¿Qué desea?
  • Pues...ropa de caballero, ya me entiende, unos pantalones y una camisa a juego...¡ah! y una corbata.
  • ¿Tallas, señora?
  • 45 de pantalones y 44 de camisa
  • ¿Algún modelo en especial?
  • La verdad es que mi marido siempre ha escogido ropa de marca. No importa el precio.
  • Señora, aquí en este perchero puede usted ojear los últimos modelos de pantalones que acaban de entrar y, como puede usted apreciar, todos son de las mejores firmas del mercado ¿Color?
  • Quizás algo discreto...ya sabe...las circunstancias no aconsejan colores muy vistosos.
  • ¿Circunstancias? ¿A qué se refiere, señora?
  • Bueno, olvidé comentarle un detalle. Mi marido está muerto. Para ser exacto, muerto desde hace poco tiempo, apenas una hora.
  • ¿...muerto? ¡Qué me dice usted!
  • Sí, muerto. Un infarto. Ha sido el segundo y el que ha acabado con su vida. ¡Pobrecillo! ¡era tan bueno! Mire que yo le insistía en que debiera llevar siempre consigo ropa adecuada por si...bueno...ocurriera lo que ha sucedido.
  • Pero...su marido...o sea...su cuerpo...¿Donde se encuentra?
  • ¡Aquí cerca! En el aparcamiento. Lo he dejado sentado en el coche y si usted lo viera ¡Parece tan vivo!
  • ...¿en el aparcam...?
  • Sí. No me extraña que usted se sorprenda pero tiene una explicación. Mi marido es...ha sido siempre muy exigente en el vestir, casi, le diría, rozando lo presumido. Ha fallecido en la playa y en bañador ¡Si él se viera! No me puedo permitir presentarlo de tal guisa. ¡Qué vergüenza! Si conociera usted a su hermana...¡Nunca me lo perdonaría!
  • Pero...¡no me diga que ha traído usted a su marido muerto desde la playa!
  • Bueno...no lo he hecho yo sola. Un joven muy amable, mejorando lo presente, me ayudó a introducirlo en el coche. Costó más trabajo del que usted pueda imaginar. ¡Cómo sudaba el pobre! Pero entre ambos conseguimos sentarlo en el lugar del ocupante y ¡ahí está!...esperando, estoy segura, que yo lo vista como es debido para la ocasión.
  • Señora, me va usted a disculpar pero todo esto es tan extraño que creo oportuno consultar con mis superiores. Usted se hará cargo.
  • Por supuesto. Actúe usted como estime más conveniente pero, por favor, no se demore ya que, como comprenderá, un cuerpo muerto, con este calor, no debe permanecer mucho tiempo en esta situación...la rigidez, el olor...en fin, todos esos desagradables estigmas con los que se acompaña la ausencia de vida.
  • ¡Veré lo que puedo hacer! Aunque debo advertirle que en el caso que usted adquiera la ropa, no podemos admitir su devolución. Lo entiende ¿verdad?
  • ¡Claro! No soy de esas que van devolviendo el género a las primeras de cambio.
  • ...entonces...¿Ha elegido usted ya su compra?
  • Creo que sí. Déme esos pantalones grises y aquella camisa azul sufrido y, por favor, escoja usted una corbata que vaya bien al conjunto. Si le soy sincera, no entiendo en absoluto de corbatas ¡ah! ¡se me olvidaba!...y un cinturón de cuero negro, más que nada por añadir algo para su propio luto ¡El pobre cuidaba mucho, en vida, los detalles!
  • ¡Muy bien! Aguarde un momento. Voy a proceder a la factura y enseguida se lo envuelvo todo.
  • ¡No! ¡Déjelo! Démelo en la mano. Quiero probárselo y así, si le queda bien, dejarle correctamente vestido. Si necesito otras tallas, pierda cuidado, abonaré lo que sea necesario hasta encontrar lo adecuado.
  • ¿Cómo? ¡No me diga que piensa usted probarle la ropa al muer...a su marido!
  • No tiene por qué preocuparse. Ya me las arreglaré. Debo quitarle, eso sí, primero el bañador. Con tal de verle bien vestido, coma a él le hubiera gustado decir adiós a la vida, no repararé en esfuerzos.
  • ¿...y zapatos?
  • ¡Qué tonta soy! ¡Es usted un vendedor de los que ya no quedan! El pobre murió en chanclas y ahora que recuerdo, con arena entre los dedos de los pies. Voy a pasar por la sección de limpieza y después por la de perfumería...por si encuentro su colonia favorita ¡Le haría tanta feliz! Calza un 44 y, por favor, que sean negros y sin cordones.


miércoles, 8 de agosto de 2012

Olvido sobre ruedas



Tuve mi momento, no lo dudéis. Aún recuerdo cuando Roger me escogió entre una hilera de bicicletas, brillantes y lustrosas, bien engrasadas y con ese olor a nuevo que solemos desprender cuando aún mantenemos nuestra virginidad a flote. Fueron dos años de felicidad. Por las mañanas, recorría un corto trayecto desde casa hasta su lugar de trabajo, lo cual yo hacía sin apenas esfuerzo. Las tardes transcurrían bien en la tranquilidad de mi rinconcito o en esas escapadas de Roger hacia esa casa, tres calles más abajo, donde Helen, lo esperaba con su  bicicleta. Fue un flechazo. La bicicleta de Helen, pintada en un amarillo limpio, tan alegre, hizo temblar mis radios y cuando mi manillar rozó el suyo, creo que  hasta Roger notó mi estremecimiento. 

Contaba los días que faltaban para el fin de semana. Roger y Helen solían ir al parque y mientras ellos, recostados en la hierba, se besaban y se fundían en una sola persona, la bicicleta de Helen y yo, apoyados en el tronco de un árbol, nos mirábamos con nuestro único ojo e intentábamos alcanzarnos con nuestras respectivas ruedas delanteras para acariciarnos. 

¿Por qué nuestros dueños se cansan tan pronto de nosotras? Roger, adquirió una bicicleta más potente aprovechando un dinero inesperado. Me regaló - y digo regaló porque me traspasó por una miseria- a un conocido de un amigo, llamado Paul, cuyo trato no fue el esperado por mí. Yo me esforzaba en serle útil pero Paul me dejaba en cualquier lado, a la intemperie y comencé a presentar algunas grietas en las ruedas, un aspecto descuidado en el marco y una notable falta de engrase lo que me obligaba a caminar haciendo un desagradable ruido.

Paul pronto se cansó de mí y me regaló - esta vez fue un auténtico regalo - a un tal Peter, que acabó con la poca salud que me iba quedando. El muy ruin incluso me puso el nombre de " la vieja".  Reventé una mañana en el parque, precisamente en un lugar próximo a mis devaneos amorosos con la bicicleta de Helen. Peter me dio una patada maldiciéndome y me arrojó con desprecio al follaje.

Ahora aguardo a alguien que tal vez, con un poco de desembolso, pueda devolverme a la vida útil. Mientras, procuro esconderme cuando veo esa bicicleta amarilla que sigue tan brillante, lustrosa y alegre como cuando la conocí.

(foto personal en el Jardín Inglés de Münich)




sábado, 4 de agosto de 2012

RPE / M (El documento)

El recién nacido, un varón, presentaba un aspecto saludable y lustroso. Su madre lo acunaba contra su pecho y el padre miraba a ambos con una emoción contenida. La enfermera entró en la habitación y dirigiéndose al niño lo tomó en sus brazos, diciendo:

-Como sabéis, es preceptivo el estudio RPE / M. Debo llevarme a la criatura unos minutos para la extracción de sangre y demás pruebas pertinentes.

-Por supuesto, respondió el padre.

-¿Cuando sabremos si...? Replicó la madre fijando sus ojos en los de la enfermera.

-No os preocupéis. Nuestro equipo humano es de lo más eficiente y el material tecnológico del que dispone este hospital es de última generación. En menos de media hora podremos informar de los resultados.

Tanto el padre como la madre mantuvieron un prolongado silencio que se rompía de vez en cuando con suspiros y carraspeos. Si acaso, intercalaban algún que otro comentario sobre las diversas posibilidades con las que se jugaban gran parte de su futuro y el de su hijo.

El Dr. Martin L. Pardeza pertenecía al Servicio de Docugenética del Hospital Magenta y era el encargado de atender personalmente e informar a los familiares de los recién nacidos sobre los hallazgos encontrados en el estudio de Riesgo Porcentual de Enfermedad y Muerte , o sea, RPE-M, pronunciado "errepen", nombre coloquial con el que se conocía el documento oficial. Con su bata amarilla, el color que distinguía a los miembros del Servicio de Docugenética, entró en la habitación junto a la enfermera que empujaba con mimo la pequeña cuna en la que el niño dormía plácidamente.

La madre con sus ojos como ventanas y con un poso de indisimulada ansiedad, esperaba las noticias que el Dr. Martín traía consigo. En su mano derecha, el doctor portaba, apoyada sobre su antebrazo, una delgada pantalla que emitía una serie de puntitos luminosos que se iban convirtiendo en cifras y datos a una gran velocidad. Por unos segundos, sin ponerse de acuerdo, todos aguantaron la respiración.

-¡Veamos! rompió el hielo el Dr. Martín. Podemos decir que el resultado global del estudio RPE-M es bastante halagüeño. Por debajo del 1% se encuentran las principales enfermedades graves que afectan a la primera y segunda infancia. A 0,4 % baja este indicador en la adolescencia y entre un 2% - 3% para la edad adulta, es decir hasta los 70 años y manteniéndose este porcentaje hasta...

-Pero, doctor, interrumpió  el padre ¿Y el índice de E + PCM?  elevando algo el tono de voz al hacer la pregunta.

-Pues...como iba diciendo...según todos los demás indicadores y siempre con el factor de corrección de 0,0111, su hijo debe, perdón, es más que probable que fallezca a los 92 años de un accidente vasculo-cerebral agudo y es de suponer que sin sufrimiento apreciable. Todo ello, como es lógico, obviando los descubrimientos científicos que puedan desarrollarse en un futuro y que puedan retrasar dicha Edad y Posible Causa de Muerte o sea el indicador E + PCM.

El Dr. Martín tomó algo de aliento y continuó:

-Ni que decir tiene que todos estos indicadores predictivos pueden desviarse de manera notable en el caso de alguna circunstancia traumática que conduzca hacia una muerte violenta, voluntaria o involuntaria o enfermedades desconocidas hasta ahora en nuestro entorno.

Los padres se abrazaron y formaron una piña en torno a su hijo, respirando aliviados.

-¡92 años! ¡Y sin sufrimiento! Dijeron casi al unísono. Nosotros no lo veremos pero podremos vivir y morir tranquilos ante esa perspectiva.

-¡Teníamos tanto miedo! Exclamó el padre. Sobre todo conociendo mi carga genética tan negativa.

El padre se disculpó antes de ausentarse e dirigirse hacia la cafetería a tomar algo. Necesitaba permanecer algún tiempo solo para ahogar su contenida tensión nerviosa.

El doctor se despidió amablemente dando la enhorabuena. Solos quedaron en la habitación la madre y la enfermera. Ésta, tras un leve resoplido, preguntó en voz baja:

-Un último detalle, señora ¿desea conocer el IPS?  es decir el Indicador de Paternidad Segura. No es obligatorio y puede usted obviarlo.

La madre dudó un momento pero enseguida encadenó la pregunta con un

-...Sí...bueno. Simple curiosidad, añadió.

La enfermera sacó una hojita del bolsillo y dijo:

-Intuyo que usted ya lo sospechaba pero puesto que ha dado su autorización le confirmo que el hijo no es de su marido. Por favor, firme aquí. ¿Desea que él conozca esta circunstancia? Como sabe, no está tampoco obligada a ello, según la legislación vigente.

-...No, no lo deseo...¡déjelo! ¡quiero tanto a mi marido!. Sólo pretendía conseguir un buen material genético para nuestro hijo y creo que lo he...hemos conseguido.

La enfermera cerró la puerta. La madre besó en la mejilla a su hijo que empezaba a lloriquear y dirigiéndose a uno de sus pequeños oídos, musitó:

-¡No llores cariño! ¡Ahora viene papá!

viernes, 13 de julio de 2012

El violinista


El violinista no perdía de vista la primera fila de butacas en la que ella,   su ansiada deriva amorosa, acababa de tomar asiento. Lucía deslumbrante con ese vestido de raso ceñido que permitía palpar con la mirada su interior. Deseaba con todas sus fuerzas llamar su atención pero resultaba practicamente imposible hacerse notar entre tantos instrumentos que conformaban la orquesta. Aún así, esa noche siguió como nunca y nota a nota, las instrucciones del director, con la viva esperanza de que en algún momento se apercibiera que tocaba “sólo para ella”. 


Su esfuerzo no se vió recompensado y preso de una locura pasajera e indomable, lanzó el violín al aire gritando: ¡Te quiero! En ese preciso momento, la violinista que estaba a su lado, arrojó el violín hacia el suelo y abrazándole, contestó con una voz que rompió el escenario: ¡Yo tambien te quiero!

miércoles, 4 de julio de 2012

Casilda

Nadie en el pueblo conocía el motivo y mucho menos por qué escogió esa promesa. Casilda pasaba todas las tardes en la puerta de su casa haciendo crochet, tira a tira, sin orden ni concierto. La gente la animaba a trabajar por encargo y a vender el producto de su trabajo. Pero ella se negaba en redondo, argumentando que se trataba de una promesa y seguía tejiendo hasta hacer sangrar sus dedos, tiñendo de rojo su anárquico tejido. Así transcurrió la mayor parte de su vida y cuando murió, con 90 años, hubo necesidad de recurrir a los bomberos los cuales se vieron obligados a desalojar la vivienda abarrotada de cintas y más cintas de ganchillo.
En su entierro, unas manos piadosas arrojaron a la fosa sus agujas de coser  que sonaron como flechas en la tapa del ataúd y dicen que se oyó la mortecina voz de Casilda diciendo ¡gracias!

lunes, 2 de julio de 2012

Déjà vu

Vivaqueaba en la inmensidad de la salita de estar. Un vendaval, en forma de suave brisa, barría los resquicios de la ventana provocando un tsunami en la cortina que se mecía superando sus límites naturales. Tronó una de las silla agitada por el lomo del gato que buscaba consuelo donde sus patas no alcanzaban. Una catarata de whisky  se deslizó por las paredes del vaso de cristal tallado solidarizándose con los pequeños icebergs de hielo. Pulsó el timbre de su ordenador y el monitor le contestó con un relámpago. Ateridos de emoción, sus dedos atacaron el teclado, escribiendo:
" Vivaqueaba en la inmensidad de la salita de...."

jueves, 7 de junio de 2012

Más allá de Dios

(Se trata de un nuevo ejercicio para el taller literario. En esta ocasión había que realizar algún "salto" bien espacial, temporal o de nivel de realidad)



Al ver sus apellidos esculpidos en el mármol, una descarga fría recorrió su cuerpo hasta desaparecer, como un rayo, por los dedos de sus pies. La lápida estaba descuidada, abandonada a su suerte y una sucia pátina de verdín cubría gran parte de ella, dibujando una macabra mesa de billar. Incluso la cruz parecía cansada de permanecer de pie, como testigo de un hogar donde el único movimiento era el silencio.

Hacía unos quince años que su hermano Abel había muerto y la última vez que estuvo a su lado, yacía en la morgue después del fatal accidente que acabó en 1975 con su vida. Su entierro fue desolador, como los últimos años de su existencia y sólo él, su único hermano y dos amigos, quizás sólo compañeros de soledad, acompañaron al féretro hasta el cementerio. No había vuelto desde entonces y aunque no estaba seguro de que esa decisión fuera la acertada, un impulso interior le condujo hacia esa cita. Era probable que , en su subconsciente, sólo deseara asegurarse de que su hermano seguía bajo tierra.

Gorka dejó las flores que portaba en el suelo y leyó con atención el epitafio que encargó su hermano poco antes de morir: “Mas allá de Dios alguien llorará mi ausencia”.

Se levantó una suave brisa a la que siguió un silbido cortante que penetró en su cabeza, obligándole a taparse los oídos con las manos. Le incomodaron unas voces interiores que intentó poner en orden.

-¿Qué haces aquí, Gorka? ¡tanto tiempo sin venir y ahora te plantas de pie ante mi cuerpo inerte! No puedo verte porque los ojos de los muertos se convierten en agujeros negros que se pierden en la noche, pero debes saber que oímos el pensamiento. Percibo tus remordimientos e intuyo tu sangre correr a saltos impulsada por un corazón de piedra, más duro que la losa que me cubre.

Los únicos recuerdos agradables que les unían a Abel fueron aquellos lejanos años infantiles en los que ambos convivieron felices en el “El Grullo”, a pesar de una guerra civil que sirvió de dramático escenario a sus juegos. Sus padres, campesinos y guardeses del caserío, propiedad de la aristocrática familia Chacón Iturralde, hicieron todo lo que su situación les permitió para que los dos hermanos se labraran un porvenir lejos de las penurias del campo en la posguerra. Sobre todo su padre, Celedonio, quien ocultaba como podía sus tendencias anarquistas en un periodo donde era más fácil morir apoyado sobre una tapia que de enfermedad.

Una ráfaga de aire meció de este a oeste el cabello de Gorka.

-¿Qué haces aquí, Gorka? ¿no tienes nada que decirme?

En plena adolescencia, ambos recalaron en la ciudad y con esfuerzo y, por qué no decirlo, con la ayuda de Don Gustavo Chacón que les facilitó la llave de algunas puertas, se abrieron camino entre la hambrienta maraña capitalina. El destino escogió pronto polos opuestos. Andrés, con 18 años, dos mayor que Gorka, entró como dependiente en una tienda de confección y con su exiguo sueldo consiguió a duras penas adecuar su vida al difícil entramado de la posguerra. Gorka, enseguida se introdujo en círculos falangistas y en el mundo del estraperlo, haciéndose rápidamente de dinero e influencia política.
Año a año, el discurrir de ambas vidas fue divergiendo hasta que la distancia social y económica borraron aquel grato pasado común.

Ella entró una mañana en la tienda y sus miradas se fundieron entre piezas de tela. Abel, que siempre había negado el amor a primera vista, se enamoró como un loco. Una cita, unos paseos por la Alameda, una declaración de amor y algunos besos furtivos. Se casaron, él con veintisiete años y ella apenas recién cumplidos los veinte, viviendo modestamente, con estrecheces pero felices, en un sencillo piso de renta situado en una de las nuevas barriadas surgidas en el extrarradio.
La brisa fue acelerando hasta generar una ventolera que sacudió las hojas secas del suelo y las flores que adornaban las tumbas vecinas. Gorka apretó con fuerza las palmas de sus manos sobre los oídos.

-¿De verdad la querías, Gorka? No te niego que fueras mejor amante que yo pero...¿de verdad la querías?

Gorka, dando la espalda a la sepultura, encendió un cigarrillo y susurrando, fue desgranando las frases que nunca escaparon de su boca en vida de Abel.

-Nunca estuve enamorado de ella, Abel. Ahora te lo confieso. Sólo pretendí ahogar tu felicidad que tanto me incomodaba. Esa felicidad que necesita sólo un hogar, alguien que te quiera, una familia, en resumen, poca cosa. Tú no tenías nada y yo todo. ¿Sabes acaso lo que eso? ¿Sabes lo que significa que te quieran por lo que tienes? ¡Qué vas a saberlo! Me costó trabajo requerir su atención pero al final lo conseguí. Ella tuvo muchas dudas pero jugué mis cartas con mi parecido físico contigo y comprando su amor día a día con atenciones a las que tú o no podías o no las tenía acostumbrada.

El aire cambió de dirección soplando con violencia y desplazando el ramo de flores que había dejado en el suelo.

-Si no fuera por esta humedad que me cala los pocos huesos que me quedan, te diría, Gorka, que aquí, en esta fosa, no se “vive” o mejor dicho, no se “muere” mal.

Gorka estranguló sus oídos con sendos dedos intentando amortiguar el desagradable eco sibilante que le traspasaba de sien a sien.

-Dime Gorka, ahora que mis músculos hace tiempo que se evaporaron: El niño que ella perdió ¿era tuyo?

Gorka, golpeó con un pie el suelo y se limpió el sudor que acababa de aparecer por su frente. La corriente de aire aparecía y desaparecía como si escribiera en Morse.

-Abel, ahora que el sufrimiento te es ajeno, debo confesarte una cosa: El niño que ella perdió en aquel embarazo sorpresivo, era mío. La obligué a abortar. Nada me hubiera jodido más que yo pusiera la semilla y tu la felicidad de ser padre.

Las ráfagas de viento cuarteaban con grietas invisibles el cementerio. Gorka movía su cabeza de un lado hacia otro buscando una estabilidad que se le escapaba.

-¿Quien me devolverá los años que tú me robaste, Gorka? Esos años durmiendo bajo las estrellas, con más alcohol que sangre y masticando mendrugos de pan que algunas almas caritativas me arrojaban como a un perro.

-Siempre fuiste un cobarde, Abel. Hasta tu muerte fue una cobardía. Necesitaste que el río hiciera su trabajo. No resististe la vida y todo por una mujer que nunca dejó de quererte.

-¿A qué has venido Gorka?

-Ahora te he oído bien, Abel, sin necesidad que el aire me inyecte tus palabras. Vine a pedirte perdón, pero veo que tú aún no has olvidado.

Gorka se inclinó, cogió las flores del suelo y las depositó sobre la lápida blanca y limpia que justo se ubicaba al lado de la sepultura de Abel y donde, en el mármol herido por el cincel, podía leerse:

Adela Pérez Machado (1937-1975)

Una estallido de calma inundó el cementerio.

martes, 22 de mayo de 2012

La Piráfula (sainete absurdo)


Primer plano de la fachada de una escuela y de un letrero encima de la puerta de entrada donde puede leerse:”Escuela para niños casi superdotados”. En el aula, el profesor, Don Arturo, que viste una chaqueta marrón pasada de moda con algunas manchas de pringue en la manga y en la solapa, carraspea y pide silencio. En la clase, se sientan unos doce alumnos, entre niños y niñas, de edades comprendidas entre 13 y 15 años. De fondo se oye ruido de aviones, dando la impresión de que la escuela se encuentra próxima a un aeropuerto.

El profesor:

-Hoy hablaremos de la piráfula. ¿Alguien puede decirme algo sobre su significado?

Tras un momento de silencio, un niño, al fondo de la clase, levanta la mano

-¡Vamos a ver, Pedro! ¿Qué puede usted comentar al respecto?

-Bueno, Don Arturo, la verdad es que mis padres, bueno, más mi madre, siempre me recordaron que, bueno, la piráfula está dentro de nosotros como un órgano más.

-Sí, sí, como metáfora vale…pero… ¿podría usted describirla con más detalle?

-No, no podría.

-¿Algún otro ser vivo puede añadir alguna pista que nos guíe por la procelosa senda del conocimiento?

Una niña se levanta tímidamente y dice con voz meliflua:

-Don Arturo, la piráfula, a mi modesto entender, entraría a formar parte de las…

(Sin dejarla acabar)

-¡No, no y no! ¡La piráfula, es suficientemente independiente y no necesita que se la encaje, encuadre, enmarque o lo que se os ocurra, en cajón de sastre o esquema alguno!

-¡Yo he dibujado una piráfula! Dice en voz alta Calleja, un niño con gafas de pasta gruesa.

-A ver, a ver – se muestra interesado el profesor y echa un vistazo al papel que le presenta el niño.

-¡Válgame Dios, Calleja! ¡Cómo se le ocurre! La piráfula no puede representarse de ese modo ni por asomo. Ande, ande, rompa ese papel y no comente con nadie lo que ha hecho. Por nuestra parte no saldrá de aquí este disparate.

-¡Reviego! ¿Que puede usted aportar acerca de la piráfula?

-Yo...yo...pues...si me lo permite, Don Arturo, creo que como manifestación extrínseca de la pubertad podría…
(De nuevo interrumpe Don Arturo)

-¡Ya estamos! ¡Extrínseca! y... ¿por qué no intrínseca? ¡Pubertad! ¡En que estará usted pensando Reviego! ¡¡Si le oyera su padre! Déjese de buscar tres pies al gato. La piráfula ni es extrínseca -se acerca al oído del niño y susurra en voz baja: ni siquiera, escúcheme bien Reviego, es una manifestación– subiendo el tono de voz: ni la pubertad tiene una influencia destacable en su identidad.

-Don Arturo, ahora que he oído la palabra padre, me viene a la memoria que el mío me dio esta mañana este sobre para usted (otro niño le alarga un sobre que el profesor abre con curiosidad)

-¡Hombre! ¡Dos entrada para los toros! ¡Y en barrera! ¡Dé usted las gracias a Don Guindo Yagüe, su padre de usted! Y ya que estamos en relajada conversación ¿que puede decirme, Alfonsito Yagüe, de la piráfula?

-¡Don Arturo! ¡Se supone que la acción de darle este sobre me eximiría de una pregunta que implicara un aprieto para mi persona!

-¡Tiene usted razón, Yagüe junior! Pasemos a Bernardo que lo veo muy callado y circunspecto allí en la esquina.

-¡Qué! ¿Algo que añadir sobre la piráfula?

-¡Ay Don Arturo, no tengo mas que palabras de agradecimiento para usted! Yo aquí, esperando que usted se dirija a mí y por fin me llega este sublime momento Mi madre me dice que debo darme a valer...pero esta timidez me mata. Creo que no seré capaz nunca de quitarme este complejo de bulto sospechoso en el que nadie repara. Me siento transparente y…

-¡Basta ya Bernardo! ¿La piráfula?

-La piráfula, Don Arturo, me tiene sin sueño. Cuando usted ayer dijo que hoy hablaríamos sobre ella, no pude pegar ojo. Incluso me he orinado en la cama, cosa que no hacía desde hacía tres años

(Risas en el resto de la clase)

-Silencio! ¡Dejad la risa para el recreo!

(El profesor se tapa la boca con una mano intentando que no le note que aguanta la risa)

-Continúe, Bernardo, ¿y...?

-Pues, la pirá... (El niño tose, se atora y no puede seguir su explicación)

-Déjelo. Pasemos a Felisa. ¡Felisa!

-Pues...la piráfula, si nos remontamos a la época en la que las técnicas de desarrollo iniciaron el proceso de la mayor y más fértil etapa en la que los seres humanos descubrieron que no sólo con la implantación de los conceptos perifrásticos de un lenguaje…


-¡Ya empezamos con las simplificaciones! La piráfula es algo más que todo eso. No ha entendido usted nada de la materia ingente que colabora en la factorización de las enmiendas.

(Don Arturo da un giro brusco y señala a otro alumno con el dedo)

-Por amor de Dios, Genaro, ponga en claro la piráfula porque hasta ahora nadie ha sabido comprender no solo su importancia sino una descripción que se aproxime a su auténtica realidad.

-Dos Arturos, digo Don Arturo, la piráfula no puede ser objeto de discusión. Pienso que todos debemos concebirla como lo que es y no por los queremos que sea.

-Muy bien, Genaro, va usted por la senda correcta...pero ¿podemos estimular los sentidos sin detrimento de la razón? Piénselo bien antes de contestar.

-En absoluto, Dos Arturos, perdón, don Arturo. Me remito a las tesis sobre el protoplama del Dr. Enric Mastrovanni.

-¡Muy bien! Pero...le falta ese pequeño salto entre la comprensión y la absorción intelectual del hecho en sí. ¿Debemos acercarnos a la piráfula sin remordimiento? No conteste Genaro, que ya lo hace Koska, la rusa.

-Я русский, и я провожу учителя в кожу моих трусиков

(Traducción aproximada: soy rusa y me paso al profesor por el forro de mis bragas)

-Sigo sin entenderla, señorita, desde que reinició usted la lengua rusa después de haberla olvidado por completo.

(El profesor da dos pasos y se dirige a otro niño)

-Señorito Verlasco, ¿con qué confundiría o con qué podría usted confundir una piráfula?

-¡Por favor, don Arturo! ¡La piráfula es inconfundible!

-¡Muy bien Verlasco! Pero, en el hipotético caso de que…

-No hay hipotético caso que valga, Don Arturo y disculpe mi atrevimiento. La piráfula siempre se distinguiría por su propia esencia.

-Ya, ya… Verlasco y por supuesto no disculpo su atrevimiento rayano en la más descarada ineducación, pero la esencia “per se” no hace distinguible a las cosas. Si fuera así nunca nos equivocaríamos al elegir a un presidente o a un partido en las elecciones. ¡Váyase con su esencia a la mierda, señorito Verlasco, y no lo tome usted a mal!


(Suena un timbre que señala el final de las clases)

-¡Se acabó! Mañana, aprovechando que ya todos conocemos y nos movemos con soltura con la piráfula, seguiremos con otro tema que guarda estrecha relación con ella: El Piñón de Brito. Buscad información en las enciclopedias y traed un breve resumen a doble espacio…o mejor…a triple espacio.

Un avión sobrevuela la escuela haciendo un ruido ensordecedor.

FIN

sábado, 19 de mayo de 2012

El castillo de Nevsky

Prólogo:

Este relato forma parte de otra de las tareas que nuestra "profe" del taller literario nos encargó hace poco. En este caso se trataba de escribir un cuento siguiendo los esquemas clásicos y que , a ser posible, fuera fácil su transmisión oral. Me ha salido este cuento "gótico". Voilà.


Nadie recordaba un invierno con tanta nieve en Nevsky. El pueblo, incrustado entre roquedales, desnudó el luto de sus tejados y vistió de blanco durante varias semanas. El castillo, empeñado en perdurar, se desmoronaba poco a poco, habitado sólo por murciélagos, ratas y topos.

En una humilde pero confortable vivienda, el anciano, rayando la centena, se cubría el cuerpo con el calor de las llamas de la lumbre, mientras que los tres jóvenes, su nieto y dos amigos, permanecían sentados en el suelo, junto a él, observando cómo el humo huía por la chimenea en busca del aire frío del exterior.

-¡Abuelo! ¡Cuéntenos la historia del castillo! Dijo Mihai, el nieto, mientras guiñaba con complicidad a sus amigos.

El abuelo se frotó la nariz con los nudillos, limpiando las gotitas de un incipiente catarro y con voz trémula pero segura, comenzó su relato:

Este castillo, mis queridos imberbes, del que ahora sólo quedan sus ruinas, fue construido por el conde Vladimir I después de conquistar este territorio hace más de doscientos años, tras pasar a cuchillo a casi toda la población. Su esposa, una condesa valaca muy guapa, murió entre sus muros durante el parto de su primera y única hija. Cuando enviudó, Vladimir se encerró en la fortaleza y muy rara vez se le pudo ver en persona. De la misma manera, su hija, la condesita Meulina, que al parecer superaba en belleza a su madre, apenas se dejó contemplar fuera del fortín.

Dos veces al año, cabalgando sobre sobrios corceles, salían del castillo los esbirros del conde y recaudaban los tributos, bien en monedas de plata bien en objetos de valor, si no se disponía de dinero. Además, los campesinos eran obligados a transportar alimentos y parte del fruto de sus cosechas hasta el límite mismo de la enorme puerta levadiza, donde la servidumbre terminaba por acarrear todo hacia el interior.

Cuando Meulina cumplió 16 años, su padre organizó una fastuosa fiesta en su honor. Hizo engalanar los torreones con gallardetes y banderolas; las risas y la música rebosaban por los muros llenando el aire, leguas a la redonda. Entonces, Vladimir ordenó repartir entre sus súbditos unos exquisitos dulces desconocidos por los lugareños. 

Del pequeño destacamento que distribuía las golosinas, se adelantó un hombre a caballo, con mostacho y largas manos, llamado Mircea, convocando por la fuerza de su espada a todos los ciudadanos. Desenrolló un pergamino y con voz potente inició su lectura:

-¡Vecinos de Nevsky! ¡Prestad atención si no queréis acabar vuestros días como carroñas para las alimañas! ¡En nombre del conde Vladimir I el Victorioso, nuestro señor, Dios le proteja, dueño y valedor de todas estas tierras, hago saber que es su deseo invitar a los actos de celebración del aniversario de su hija Meulina, Dios le otorgue larga vida, a un joven de su edad con la condición de que no haya tenido aún contacto carnal con mujer alguna!

Varios muchachos se adelantaron ofreciéndose como voluntarios, pero el hombre del mostacho señaló con el dedo a uno de ellos, llamado Matei y lo hizo subir a la grupa de su caballo.
De Matei nunca más se tuvo noticia alguna. Se cuenta que, algún tiempo después, alguien vio, en otro pueblo, a un ciego que se le parecía.

Al año siguiente, el día del cumpleaños de la condesa, acaeció lo mismo. En esta ocasión, el miedo hizo que los jóvenes del pueblo se escondieran, pero el hombre del mostacho y sus huestes fueron casa por casa hasta que dieron con Dimitri, quien apenas estrenaba la pelusa de sus labios y al que sacaron a empellones. Dimitri fue alejándose a la grupa del caballo de Mircea, camino del castillo, no retornando jamás al pueblo.

Cuando Meulina cumplió 18 años, llegó el turno a otro adolescente que tras ser arrancado de su familia, amaneció muerto en el río, sin sus ojos. Año tras año se repetía esta secuencia de acontecimientos: Los jóvenes o bien desaparecían sin dejar rastro o aparecían, cegados, en los lugares más insospechados.

Pasaron más de ochenta años y nadie se atrevía a preguntar si el conde aún vivía, a pesar de que, de ser así, su edad debería aproximarse a los 130 años; pero sus órdenes aún se transmitían y sus secuaces seguían saliendo puntualmente del castillo para cobrar los tributos normales y el tributo especial del joven virgen para la condesita, la cual, si el tiempo pasa para todos por igual, rozaría ya el siglo”

      -Pero, queridos mozalbetes, dijo el abuelo cambiando el ritmo y tono de voz. Sucedió lo que os voy a contar. Pero antes, os advierto que no es nada agradable y si vuestros corazones no están preparados mejor será dejar el relato en este momento, esperar a que la noche transcurra y concluirlo a la luz del día.

       -¡No, no, abuelo! ¡Siga, siga! Gritaron a coro los tres muchachos.

Uno de esos años, una madre, temiendo que vinieran a por su hijo adolescente, simuló que el chico había quedado ciego a causa de una enfermedad. Aún así, el hombre del mostacho, por el que no parecía tampoco pasar el tiempo, lo escogió y aupándolo a la grupa del caballo lo transportó galopando hasta el castillo.

En un amplio aposento, el joven, aunque atemorizado, seguía fingiendo ser ciego. Un esbirro, no estando seguro de su ceguera, le quiso probar acercándole unas tenazas incandescentes hacia los ojos pero el falso ciego aguantó sin parpadear tras lo cual le creyeron.  A continuación, dos doncellas lo introdujeron desnudo en una tina con agua calentada al fuego y lo embadurnaron con perfumes y bálsamos. Una vez seco y vestido con una especie de batín de seda roja, le acompañaron hasta el dormitorio de la condesa Meulina. El joven, con el miedo escarbando su cuerpo, sin atreverse a entreabrir los ojos para ver la escena, notó como las doncellas le despojaban del batín. Entonces, osó mirar por una estrecha rendija abierta entre sus párpados y divisó en el lecho a la mujer más hermosa jamás vista. Su cabello era dorado como la corona de un rey; su tez blanca, de una palidez que invitaba a sonrojarla con caricias y tenía unos labios ansiosos y unos ojos brillantes como estrellas fugaces que se clavaron con apetito en el cuerpo del joven.

Las dos doncellas procedieron a retirar las sábanas de paño fino con embozo bordado de flores turquesas y en ese momento, cuando debía aparecer el cuerpo de la condesita, un amasijo de carne putrefacta trufada de ojos humanos, ocupaba su lugar. El joven vomitó y antes de que las doncellas dieran la voz de alarma al advertir que mentía acerca de su ceguera, saltó a través del ventanal cayendo entre los arbustos del jardín. Corriendo como un poseso hacia el pueblo, pudo escapar a los embates de la guardia del conde.Cuando se encontraba a una distancia prudencial, volvió la cabeza hacia el castillo percatándose de que había quedado ciego de verdad"


 -Ese día, en Nevsky, cualquiera pudo ver e incluso oler, la espesa humareda verdosa que se desprendía del castillo, el cual, desde entonces, como podéis comprobar, se encuentra abandonado y yo diría, maldito.

 -¡Abuelo! Y… ¡cómo se llamaba aquel joven!

             -Husarsky

             -¡Qué casualidad, abuelo, como usted!

          El abuelo, a tientas, agarró el jarro de lata y bebió un sorbo de vino rojo y ácido, chasqueando la lengua.

            -Sí, tienes razón, ¡qué casualidad!