El recién nacido, un varón, presentaba un aspecto saludable y lustroso. Su madre lo acunaba contra su pecho y el padre miraba a ambos con una emoción contenida. La enfermera entró en la habitación y dirigiéndose al niño lo tomó en sus brazos, diciendo:
-Como sabéis, es preceptivo el estudio RPE / M. Debo llevarme a la criatura unos minutos para la extracción de sangre y demás pruebas pertinentes.
-Por supuesto, respondió el padre.
-¿Cuando sabremos si...? Replicó la madre fijando sus ojos en los de la enfermera.
-No os preocupéis. Nuestro equipo humano es de lo más eficiente y el material tecnológico del que dispone este hospital es de última generación. En menos de media hora podremos informar de los resultados.
Tanto el padre como la madre mantuvieron un prolongado silencio que se rompía de vez en cuando con suspiros y carraspeos. Si acaso, intercalaban algún que otro comentario sobre las diversas posibilidades con las que se jugaban gran parte de su futuro y el de su hijo.
El Dr. Martin L. Pardeza pertenecía al Servicio de Docugenética del Hospital Magenta y era el encargado de atender personalmente e informar a los familiares de los recién nacidos sobre los hallazgos encontrados en el estudio de Riesgo Porcentual de Enfermedad y Muerte , o sea, RPE-M, pronunciado "errepen", nombre coloquial con el que se conocía el documento oficial. Con su bata amarilla, el color que distinguía a los miembros del Servicio de Docugenética, entró en la habitación junto a la enfermera que empujaba con mimo la pequeña cuna en la que el niño dormía plácidamente.
La madre con sus ojos como ventanas y con un poso de indisimulada ansiedad, esperaba las noticias que el Dr. Martín traía consigo. En su mano derecha, el doctor portaba, apoyada sobre su antebrazo, una delgada pantalla que emitía una serie de puntitos luminosos que se iban convirtiendo en cifras y datos a una gran velocidad. Por unos segundos, sin ponerse de acuerdo, todos aguantaron la respiración.
-¡Veamos! rompió el hielo el Dr. Martín. Podemos decir que el resultado global del estudio RPE-M es bastante halagüeño. Por debajo del 1% se encuentran las principales enfermedades graves que afectan a la primera y segunda infancia. A 0,4 % baja este indicador en la adolescencia y entre un 2% - 3% para la edad adulta, es decir hasta los 70 años y manteniéndose este porcentaje hasta...
-Pero, doctor, interrumpió el padre ¿Y el índice de E + PCM? elevando algo el tono de voz al hacer la pregunta.
-Pues...como iba diciendo...según todos los demás indicadores y siempre con el factor de corrección de 0,0111, su hijo debe, perdón, es más que probable que fallezca a los 92 años de un accidente vasculo-cerebral agudo y es de suponer que sin sufrimiento apreciable. Todo ello, como es lógico, obviando los descubrimientos científicos que puedan desarrollarse en un futuro y que puedan retrasar dicha Edad y Posible Causa de Muerte o sea el indicador E + PCM.
El Dr. Martín tomó algo de aliento y continuó:
-Ni que decir tiene que todos estos indicadores predictivos pueden desviarse de manera notable en el caso de alguna circunstancia traumática que conduzca hacia una muerte violenta, voluntaria o involuntaria o enfermedades desconocidas hasta ahora en nuestro entorno.
Los padres se abrazaron y formaron una piña en torno a su hijo, respirando aliviados.
-¡92 años! ¡Y sin sufrimiento! Dijeron casi al unísono. Nosotros no lo veremos pero podremos vivir y morir tranquilos ante esa perspectiva.
-¡Teníamos tanto miedo! Exclamó el padre. Sobre todo conociendo mi carga genética tan negativa.
El padre se disculpó antes de ausentarse e dirigirse hacia la cafetería a tomar algo. Necesitaba permanecer algún tiempo solo para ahogar su contenida tensión nerviosa.
El doctor se despidió amablemente dando la enhorabuena. Solos quedaron en la habitación la madre y la enfermera. Ésta, tras un leve resoplido, preguntó en voz baja:
-Un último detalle, señora ¿desea conocer el IPS? es decir el Indicador de Paternidad Segura. No es obligatorio y puede usted obviarlo.
La madre dudó un momento pero enseguida encadenó la pregunta con un
-...Sí...bueno. Simple curiosidad, añadió.
La enfermera sacó una hojita del bolsillo y dijo:
-Intuyo que usted ya lo sospechaba pero puesto que ha dado su autorización le confirmo que el hijo no es de su marido. Por favor, firme aquí. ¿Desea que él conozca esta circunstancia? Como sabe, no está tampoco obligada a ello, según la legislación vigente.
-...No, no lo deseo...¡déjelo! ¡quiero tanto a mi marido!. Sólo pretendía conseguir un buen material genético para nuestro hijo y creo que lo he...hemos conseguido.
La enfermera cerró la puerta. La madre besó en la mejilla a su hijo que empezaba a lloriquear y dirigiéndose a uno de sus pequeños oídos, musitó:
-¡No llores cariño! ¡Ahora viene papá!
El deseo de tener hijos con posibilidades de vivir. Muy bien llevado.
ResponderEliminarUn abrazo
En mi pereza veraniega he añadido este "relatillo" que dormía en un cajón. No es más que un juego genético que, por qué no, puede llegar a ser verdad si el ADN no lo remedia.
ResponderEliminarUn abrazo