Tuve mi momento, no lo dudéis. Aún recuerdo cuando Roger me escogió entre una hilera de bicicletas, brillantes y lustrosas, bien engrasadas y con ese olor a nuevo que solemos desprender cuando aún mantenemos nuestra virginidad a flote. Fueron dos años de felicidad. Por las mañanas, recorría un corto trayecto desde casa hasta su lugar de trabajo, lo cual yo hacía sin apenas esfuerzo. Las tardes transcurrían bien en la tranquilidad de mi rinconcito o en esas escapadas de Roger hacia esa casa, tres calles más abajo, donde Helen, lo esperaba con su bicicleta. Fue un flechazo. La bicicleta de Helen, pintada en un amarillo limpio, tan alegre, hizo temblar mis radios y cuando mi manillar rozó el suyo, creo que hasta Roger notó mi estremecimiento.
Contaba los días que faltaban para el fin de semana. Roger y Helen solían ir al parque y mientras ellos, recostados en la hierba, se besaban y se fundían en una sola persona, la bicicleta de Helen y yo, apoyados en el tronco de un árbol, nos mirábamos con nuestro único ojo e intentábamos alcanzarnos con nuestras respectivas ruedas delanteras para acariciarnos.
¿Por qué nuestros dueños se cansan tan pronto de nosotras? Roger, adquirió una bicicleta más potente aprovechando un dinero inesperado. Me regaló - y digo regaló porque me traspasó por una miseria- a un conocido de un amigo, llamado Paul, cuyo trato no fue el esperado por mí. Yo me esforzaba en serle útil pero Paul me dejaba en cualquier lado, a la intemperie y comencé a presentar algunas grietas en las ruedas, un aspecto descuidado en el marco y una notable falta de engrase lo que me obligaba a caminar haciendo un desagradable ruido.
Paul pronto se cansó de mí y me regaló - esta vez fue un auténtico regalo - a un tal Peter, que acabó con la poca salud que me iba quedando. El muy ruin incluso me puso el nombre de " la vieja". Reventé una mañana en el parque, precisamente en un lugar próximo a mis devaneos amorosos con la bicicleta de Helen. Peter me dio una patada maldiciéndome y me arrojó con desprecio al follaje.
Ahora aguardo a alguien que tal vez, con un poco de desembolso, pueda devolverme a la vida útil. Mientras, procuro esconderme cuando veo esa bicicleta amarilla que sigue tan brillante, lustrosa y alegre como cuando la conocí.
(foto personal en el Jardín Inglés de Münich)
Encontré un reparador de bicicletas. El que mantiene a la amarilla en tan lustroso estado de conservación.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el texto y la foto.
Un abrazo.
La pondré en contacto con él. Garcias por comentar. Mi ciber - entorno (en general no muy dado a la literatura) suele ser bastante remiso a hacer comentarios y si lo hace es bien a través de facebook o personalmente, cuando coincidimos. Así que me alegra que alguien como tú, repare en mis "tonterías" literarias.
ResponderEliminarUn abrazo