Nadie en el pueblo conocía el motivo y mucho menos por qué escogió esa promesa. Casilda pasaba todas las tardes en la puerta de su casa haciendo crochet, tira a tira, sin orden ni concierto. La gente la animaba a trabajar por encargo y a vender el producto de su trabajo. Pero ella se negaba en redondo, argumentando que se trataba de una promesa y seguía tejiendo hasta hacer sangrar sus dedos, tiñendo de rojo su anárquico tejido. Así transcurrió la mayor parte de su vida y cuando murió, con 90 años, hubo necesidad de recurrir a los bomberos los cuales se vieron obligados a desalojar la vivienda abarrotada de cintas y más cintas de ganchillo.
En su entierro, unas manos piadosas arrojaron a la fosa sus agujas de coser que sonaron como flechas en la tapa del ataúd y dicen que se oyó la mortecina voz de Casilda diciendo ¡gracias!
Me ha maravillado tu escrito
ResponderEliminarComo dice un buen amigo mío, me gusta que te guste. Bienvenida a mi blog, RECOMENZAR
ResponderEliminarUn surrealista saludo desde Andalucía
Es una maravilla, una floritura de crochet.Me recuerda a Cien años de soledad. La mortaja de la solterona.
EliminarEs tan grato leerte que no me canso.
Un abrazo.