jueves, 7 de junio de 2012

Más allá de Dios

(Se trata de un nuevo ejercicio para el taller literario. En esta ocasión había que realizar algún "salto" bien espacial, temporal o de nivel de realidad)



Al ver sus apellidos esculpidos en el mármol, una descarga fría recorrió su cuerpo hasta desaparecer, como un rayo, por los dedos de sus pies. La lápida estaba descuidada, abandonada a su suerte y una sucia pátina de verdín cubría gran parte de ella, dibujando una macabra mesa de billar. Incluso la cruz parecía cansada de permanecer de pie, como testigo de un hogar donde el único movimiento era el silencio.

Hacía unos quince años que su hermano Abel había muerto y la última vez que estuvo a su lado, yacía en la morgue después del fatal accidente que acabó en 1975 con su vida. Su entierro fue desolador, como los últimos años de su existencia y sólo él, su único hermano y dos amigos, quizás sólo compañeros de soledad, acompañaron al féretro hasta el cementerio. No había vuelto desde entonces y aunque no estaba seguro de que esa decisión fuera la acertada, un impulso interior le condujo hacia esa cita. Era probable que , en su subconsciente, sólo deseara asegurarse de que su hermano seguía bajo tierra.

Gorka dejó las flores que portaba en el suelo y leyó con atención el epitafio que encargó su hermano poco antes de morir: “Mas allá de Dios alguien llorará mi ausencia”.

Se levantó una suave brisa a la que siguió un silbido cortante que penetró en su cabeza, obligándole a taparse los oídos con las manos. Le incomodaron unas voces interiores que intentó poner en orden.

-¿Qué haces aquí, Gorka? ¡tanto tiempo sin venir y ahora te plantas de pie ante mi cuerpo inerte! No puedo verte porque los ojos de los muertos se convierten en agujeros negros que se pierden en la noche, pero debes saber que oímos el pensamiento. Percibo tus remordimientos e intuyo tu sangre correr a saltos impulsada por un corazón de piedra, más duro que la losa que me cubre.

Los únicos recuerdos agradables que les unían a Abel fueron aquellos lejanos años infantiles en los que ambos convivieron felices en el “El Grullo”, a pesar de una guerra civil que sirvió de dramático escenario a sus juegos. Sus padres, campesinos y guardeses del caserío, propiedad de la aristocrática familia Chacón Iturralde, hicieron todo lo que su situación les permitió para que los dos hermanos se labraran un porvenir lejos de las penurias del campo en la posguerra. Sobre todo su padre, Celedonio, quien ocultaba como podía sus tendencias anarquistas en un periodo donde era más fácil morir apoyado sobre una tapia que de enfermedad.

Una ráfaga de aire meció de este a oeste el cabello de Gorka.

-¿Qué haces aquí, Gorka? ¿no tienes nada que decirme?

En plena adolescencia, ambos recalaron en la ciudad y con esfuerzo y, por qué no decirlo, con la ayuda de Don Gustavo Chacón que les facilitó la llave de algunas puertas, se abrieron camino entre la hambrienta maraña capitalina. El destino escogió pronto polos opuestos. Andrés, con 18 años, dos mayor que Gorka, entró como dependiente en una tienda de confección y con su exiguo sueldo consiguió a duras penas adecuar su vida al difícil entramado de la posguerra. Gorka, enseguida se introdujo en círculos falangistas y en el mundo del estraperlo, haciéndose rápidamente de dinero e influencia política.
Año a año, el discurrir de ambas vidas fue divergiendo hasta que la distancia social y económica borraron aquel grato pasado común.

Ella entró una mañana en la tienda y sus miradas se fundieron entre piezas de tela. Abel, que siempre había negado el amor a primera vista, se enamoró como un loco. Una cita, unos paseos por la Alameda, una declaración de amor y algunos besos furtivos. Se casaron, él con veintisiete años y ella apenas recién cumplidos los veinte, viviendo modestamente, con estrecheces pero felices, en un sencillo piso de renta situado en una de las nuevas barriadas surgidas en el extrarradio.
La brisa fue acelerando hasta generar una ventolera que sacudió las hojas secas del suelo y las flores que adornaban las tumbas vecinas. Gorka apretó con fuerza las palmas de sus manos sobre los oídos.

-¿De verdad la querías, Gorka? No te niego que fueras mejor amante que yo pero...¿de verdad la querías?

Gorka, dando la espalda a la sepultura, encendió un cigarrillo y susurrando, fue desgranando las frases que nunca escaparon de su boca en vida de Abel.

-Nunca estuve enamorado de ella, Abel. Ahora te lo confieso. Sólo pretendí ahogar tu felicidad que tanto me incomodaba. Esa felicidad que necesita sólo un hogar, alguien que te quiera, una familia, en resumen, poca cosa. Tú no tenías nada y yo todo. ¿Sabes acaso lo que eso? ¿Sabes lo que significa que te quieran por lo que tienes? ¡Qué vas a saberlo! Me costó trabajo requerir su atención pero al final lo conseguí. Ella tuvo muchas dudas pero jugué mis cartas con mi parecido físico contigo y comprando su amor día a día con atenciones a las que tú o no podías o no las tenía acostumbrada.

El aire cambió de dirección soplando con violencia y desplazando el ramo de flores que había dejado en el suelo.

-Si no fuera por esta humedad que me cala los pocos huesos que me quedan, te diría, Gorka, que aquí, en esta fosa, no se “vive” o mejor dicho, no se “muere” mal.

Gorka estranguló sus oídos con sendos dedos intentando amortiguar el desagradable eco sibilante que le traspasaba de sien a sien.

-Dime Gorka, ahora que mis músculos hace tiempo que se evaporaron: El niño que ella perdió ¿era tuyo?

Gorka, golpeó con un pie el suelo y se limpió el sudor que acababa de aparecer por su frente. La corriente de aire aparecía y desaparecía como si escribiera en Morse.

-Abel, ahora que el sufrimiento te es ajeno, debo confesarte una cosa: El niño que ella perdió en aquel embarazo sorpresivo, era mío. La obligué a abortar. Nada me hubiera jodido más que yo pusiera la semilla y tu la felicidad de ser padre.

Las ráfagas de viento cuarteaban con grietas invisibles el cementerio. Gorka movía su cabeza de un lado hacia otro buscando una estabilidad que se le escapaba.

-¿Quien me devolverá los años que tú me robaste, Gorka? Esos años durmiendo bajo las estrellas, con más alcohol que sangre y masticando mendrugos de pan que algunas almas caritativas me arrojaban como a un perro.

-Siempre fuiste un cobarde, Abel. Hasta tu muerte fue una cobardía. Necesitaste que el río hiciera su trabajo. No resististe la vida y todo por una mujer que nunca dejó de quererte.

-¿A qué has venido Gorka?

-Ahora te he oído bien, Abel, sin necesidad que el aire me inyecte tus palabras. Vine a pedirte perdón, pero veo que tú aún no has olvidado.

Gorka se inclinó, cogió las flores del suelo y las depositó sobre la lápida blanca y limpia que justo se ubicaba al lado de la sepultura de Abel y donde, en el mármol herido por el cincel, podía leerse:

Adela Pérez Machado (1937-1975)

Una estallido de calma inundó el cementerio.

1 comentario:

  1. Es de lo mejor que he leído últimamente. Me pareció un ejercicio de sobresaliente.

    Me permito, a modo de broma, recordarte que manejemos el concepto Dios, ha de haber un ser humano. En cambio, para manejar el sustantivo " Ser humano", no se necesita a un Dios.

    Un abrazo

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