Su falda huía de las rodillas en cada paso que daba intentando esquivar los huecos entre adoquines que convertían la bocacalle en un viejo con mellas.
Sus caderas, obligadas, oscilaban de una manera algo obscena. Dio un último saltito hacia el acerado salvando un charco de agua pútrida que se negaba a abandonar el empedrado por los sumideros. La sirena de una ambulancia a lo lejos pespunteó el silencio del callejón. La mujer se detuvo delante del portal nº 4 que daba entrada a un edificio de cinco plantas, que, aunque en fase cercana a la ruina, aún conservaba el empaque que conoció cuando fue construido en su día, probablemente para familias de clase media-alta a principios del siglo XX. Unos timbres anticuados, de los que partía un trenzado y no menos vetusto cableado, presumían conectar con las respectivas viviendas pero debajo de cada uno de ellos sólo constaba el número de planta y una letra – se suponían dos pisos por planta – sin ningún otro dato orientativo.
Un hombre de aspecto serio, con espeso bigote e incipientes canas, salía en ese momento llevando un portafolio marrón.
Un hombre de aspecto serio, con espeso bigote e incipientes canas, salía en ese momento llevando un portafolio marrón.
La mujer se dirigió a él, preguntando:
- Por favor, ¿la Agencia?
El hombre se atusó el bigote y reparó con un vistazo poco disimulado en el escote de la mujer, aprovechando que el primer botón parecía estratégicamente huido del ojal.
- Última planta. Piso 5º B. Vengo de allí. ¡Suerte! Y simulando prisa, desapareció rápidamente por la esquina.
Sobre la puerta del ascensor un letrero casi ilegible rezaba “fuera de servicio”. Podría interpretarse que lo que estaba fuera de servicio era el letrero por lo mugriento, pero no, el ascensor, lleno de telarañas, daba la impresión de haber realizado su último viaje nada más terminarse el edificio. La mujer comenzó a subir la escalera no sin cierta dificultad debido a unos altos tacones que se trababan de vez en cuando en los peldaños e, incluso a pesar de su relativa juventud, no aparentaba más de 40 años, necesitó detenerse para tomar aire en los descansillos a partir del tercer piso. En el momento justo de alargar la mano para llamar – observó que no había timbre sino una aldaba de hierro mal forjado – la puerta se abrió y un hombre maduro, rayano en la vejez y elegantemente vestido, le extendió el brazo ofreciéndole la mano.
- Bienvenida señora. Señora Claudia Guzmán, supongo. ¡Pase! La esperábamos.
-Señorita…por ahora, si no le importa. Gracias. Tengo prisa y necesito que este asunto quede zanjado cuanto antes. Usted debe ser….
- Efectivamente, señorita Guzmán. Soy yo. Nos encargaron su caso y con mucho gusto la Agencia se aviene a sus instrucciones. Nosotros, en justa reciprocidad, como usted ya sabrá, exigimos también algunas contraprestaciones. No la defraudaremos. Sólo queremos tener carta libre y que no trascienda más allá de los límites impuestos por ambos lados.
- Por descontado. Tienen todo el campo que necesiten. Sólo quisiera estar segura de que se cumplirá a rajatabla el trabajo encomendado con la debida celeridad y confidencialidad.
- Señorita Guzmán, supongo que ha traído usted el objeto. Perdone pero veo que viene con sus manos desnudas y…
- Supone bien, señor…agente, ¿me permite referirme a usted de este modo? El objeto tiene el tamaño adecuado para que pueda llevarlo yo encima sin levantar ningun recelo.
- Llámeme así si le resulta más cómodo, señora, perdón, señorita. ¿Puedo verlo? Me gustaría, ante que nada, apreciar la belleza y el valor que, según nuestras referencias, se dice que posee. El valor sentimental, por supuesto, se me escapa de las manos, aunque interpreto que para usted es muy superior al valor material.
- Veo que conoce usted su trabajo. Interpreta bien mis sentimientos. Pero los caballos no siempre obedecen a las riendas. Debo proceder según mis instintos. La razón hace tiempo que la vendí al mejor postor.
Claudia se desabotonó por completo la blusa dejando al pairo unos pechos que desbordaron su espacio natural, sin trazas de haber estado prisioneros de sujetador alguno, al menos recientemente. Debajo del pecho izquierdo, colgaba una bolsita de satén sujeta con un esparadrapo.
- Puede cogerlo usted mismo.
El llamado Agente adelantó con cierto reparo una mano hacia la bolsita, rozando sus nudillos la piel del pecho, y tras un ligero tirón se hizo con ella.
- Disculpe, es la primera vez que me ocurre esta circunstancia. Normalmente el objeto suele venir de la mano del cliente, más o menos oculto pero…así…de este modo…
- Ya veo. Entiendo que se sorprenda. Acabo de cruzarme con otro cliente y la verdad, sí, portaba un maletín. Pero temía parecer sospechosa con algo en la mano y un bolso o un portafolio siempre puede ser objeto de robo, sobre todo en estos parajes donde no se ve un alma.
Del interior de la vivienda surgió la voz femenina, algo varonil por su ronquera de fumadora
- ¡Jordi! ¿Vienes o no?
- Espera Julia, estoy atendiendo a una portadora.
Una mujer joven aunque de aspecto avejentado, muy delgada, casi esquelética, con un cigarrillo en la boca y vestida sucintamente con unas bermudas y un sujetador, asomó por una de las puertas que daba al vestíbulo donde se desarrollaba la conversación.
- Perdone – dijo el agente dirigiéndose a Claudia, que rápidamente se abotonó la blusa –
- ¡Julia, échale un vistazo! - y arrojó la bolsita hacia la mujer que la vació en su mano.
- ¡Jordi, perfecto! ¡Todo en regla!
- ¿Cree usted que el plan saldrá conforme a lo previsto? – se atrevió a decir Claudia -
- No le quepa a usted la menor duda, señorita Guzmán. Nunca hemos fallado.
- Entonces...,señor Agente, no tengo más que decir. Debo marcharme. Por cierto… ¿cuándo empezaré a ver los resultados?
- Antes de que usted lo piense. Es más que probable que antes que usted abandone este edificio.
Claudia bajó las escaleras con la misma inseguridad que las subió y cuando iba por el segundo piso sonó su móvil.
- ¡Claudia! …¡Por fín! ¡todo resuelto! - Al otro lado una voz femenina, temblorosa, se expresaba entre la sorpresa y la alegría.
- ¿Cuándo ha sucedido?
- Pues, ahora mismo, hace apenas unos minutos. Tengo delante a una mujer que dice conocerte. Se llama Julia.
- ¡Ah, sí! Coincidimos no hace mucho. Voy para allá
Salía a la calle en el momento que un muchacho mal encarado, con vaqueros y aspecto descuidado la abordó en el portal, preguntándole:
-¡Oye, tú! ¿Sabes si está por aquí la Agencia?
Notas sobre la elaboración del relato:
Notas sobre la elaboración del relato:
Este relato es fruto de la tarea propuesta por nuestra profesora de taller literario que nos exigía que en una gran parte fuera dialogado y que al menos interviniera una mujer como protagonista.
No es fácil, ni para mí como autor, dar una interpretación del mismo. A medida que lo escribía me daba cuenta que para mí era más importante el propio diálogo que se nos proponía como ejercicio, que la trama en sí misma. Así, fue transcurriendo el relato y no distinguía bien hacia donde caminaba, hasta hacerse totalmente independiente. Como única explicación, se me ocurre que siempre me he sentido atraído por temas de tinte surrealista o del absurdo, en los que no necesariamente tengan que poseer un por qué ni un final lógico. A posteriori y releyendo el texto puede que quisiera plasmar un pacto de la protagonista con el diablo (¿Señor Agente?) pero no estoy seguro de ello.
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