El ascensor llegó al tercer piso. Preparó la llave y observó que la puerta de su casa había desaparecido. La pared del descansillo cubría el vano antes ocupado y la impresión era de que sólo había una vivienda por planta. Llamó a la puerta de enfrente y la vecina le corroboró que, efectivamente, se había percatado del hecho, sin darle mayor importancia. Volvió sobre sus pasos y al ir a tomar el ascensor también éste se había esfumado. Ni rastro del hueco por donde se desplazaba. Bajó por las escaleras pero no pudo salir a la calle. El portal del edificio se había transformado en una tapia cuyos ladrillos aún olían a cemento fresco, como recién puestos. Intentó subir de nuevo pero la escalera sólo bajaba. Se negó a descender; el edificio nunca tuvo sótano ni garaje.
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