sábado, 5 de mayo de 2012

LA PEDRADA (RELATrO)


Introducción:

Defino este género como RELATrO, entendiendo como tal, un relato que puede ser representado. En realidad no se trata de nada nuevo sino de plagiar en parte a autores que ya desarrollaron esta idea aunque añadiendo texto que se hace prescindible a la hora de ponerlo en escena y por tanto convirtiéndolo en un relato sin más. En este sentido, se intenta que incluya una buena dosis de humor, diálogos absurdos, teñido de surrealismo pero con un trasfondo, en ocasiones, que pretende cierta trascendencia. Las influencias están claras: Los entremeses, los sainetes, el teatro del absurdo de Alfred Jarry, Eugene Ioneso y Jean Genet entre otros dramaturgos e incluso en mis primeras lecturas de revistas de humor como La Codorniz donde grandes autores del humor absurdo, como Miguel Mihura, dieron forma en España a este género.

La escena se desarrolla en una calle con viviendas de una o dos plantas, de ladrillo visto, tipo inglés, donde se respira un ambiente muy burgués. Un acerado con arboles y plantas conforman el entorno y unas ventanas con macetas cuadradas provistas de pequeñas flores, dan al entorno un aire colorista, de paz y tranquilidad. Se escucha un ruido fuerte y seco y en escena se ve una ventana de una primera planta, no muy elevada respecto a la calle, en la que ha impactado un objeto.

ESCENA I (y única)

El impacto sonó como el certero disparo de un francotirador: seco, distante pero cercano al mismo tiempo, produciendo una marejada en el océano de tranquilidad que se respiraba en el comedor.

El objeto, una piedra, había acabado su trayectoria en el cristal de la ventana, sin fracturarla del todo, dibujando en ella una especie de tela de araña con fisuras que desde el centro se desplazaban dando lugar a formas caprichosas, como ríos que, desorientados, buscaran un sitio donde desaguar.

La mujer, que estaba leyendo sentada en un butacón, una vez recuperada del susto, abrió con cuidado el armazón de madera que enmarcaba la ventana fijándolo en sus armellas y se asomó hacia el exterior. En el alfeizar, entre dos macetas cuadradas de flores, descansaba el responsable del golpe, un pedrusco que milagrosamente quedó como mudo testigo sin caer a la calle.

Un hombre, desde la acera, con otra piedra en la mano, miraba hacia arriba, encontrándose ambas miradas en tierra de nadie.

(La mujer inicia el diálogo)

-¡Oiga! ¿Ha sido usted el que …

-¡Sí, perdone, pero me he equivocado de ventana!

-¿Cómo? ¿qué me está usted diciendo?

-Lo que oye señora, que me he equivocado de ventana.

-Pero… ¡como se atreve encima a decir tamaña estupidez!

-Señora, le vuelvo a repetir que ha sido un error y le ruego que me disculpe y ahora retírese que voy a proceder a arrojar la piedra hacia la ventana correcta.

-¡Voy a llamar a la policía ahora mismo!

-Vamos a ver señora. Sea usted sensata y no se deje llevar por la primera impresión que obnubile su mente. Parece usted razonable y desde donde me encuentro hasta diría que parece usted muy atractiva. Ha sido un error y lo que no puedo es estar pidiendo disculpas toda la mañana.

-¡Voy a llamar a la policía, le reitero! Pero no quiero quedarme sin saber el motivo por el que usted se dedica a tirar piedras a las ventanas.

- ¡Ah, la curiosidad femenina! No generalice, por favor. No me dedico a dar pedradas a tontas y a locas. Me he equivocado y reconozco mi error. La Biblia está llena de errores y perdones. Grandes hombres han pedido disculpas por su proceder: políticos, banqueros, artistas en fin, personas a los que no les ha costado trabajo reconocer que no han dado el paso correcto. Porque siempre hay tiempo para retroceder y rectificar.

-¡No ha contestado usted a mi pregunta concreta!, ¡déjese ya de circunloquios y de dar lecciones de ética, ¡no soporto a los que retuercen la dialéctica hasta dejarla hecha un nudo de palabras sin sentido!

-Señora, tampoco usted se desenvuelve mal con el lenguaje. Veo que he dado con alguien que no sólo es un amasijo de órganos que se desplaza sin orden ni concierto. En cuanto a su pregunta, permítame ocultarle la causa que me ha traído hasta aquí, quizás en contra de mis ideas y venciendo mis convicciones más resistentes al deterioro. Le repito que lo que realmente importa en este caso es el reconocimiento por mi parte de un error que siento de verdad y por ello no se me caen prendas en pedir su benevolencia las veces que haga falta. Mil perdones y mil disculpas. He pecado quizás de ligero. He acudido demasiado temprano y esta bruma que ahora se disipa, ha podido ser la causante de mi equivocación. Bueno, señora, siento tener que terminar esta agradable conversación pero enciérrese en su casa que voy a arrojar la piedra a la otra ventana.

-¿Qué otra ventana?

-¡Esa justo al lado de la suya! La que tiene un visillo floreado.

-Pero…está usted loco de remate. Esa ventana también es mía ¿A qué viene eso?

-Señora, eso cambia las cosas. Entonces creo que el error está en usted y es usted quien se ha equivocado de ventana. ¡Guarde cuidado que voy a tirar la piedra!

-Lo suyo es locura de camisa de fuerza. ¡Ahora mismo llamo a la policía!

-Piénselo bien antes, señora. Deberá usted justificar el por qué no se encuentra en su ventana. La acosarán a preguntas. Eso si no la acosan de otro modo. Conozco a un policía que cada vez que una chica guapa acude a denunciar.....

-¡Cállese y váyase por favor! Si se marcha le prometo olvidarme de la policía y consideraré zanjado este asunto pero, por favor, no gastemos más tiempo en disquisiciones estúpidas.

-Estúpidas serán para usted, señora. Yo las creo útiles para personas educadas como somos los dos. Sin diálogo no es posible la convivencia y sin convivencia el diálogo se convierte en auténticas pedradas a la inteligencia.

-¡Ha dado usted en el clavo- bueno o mejor dicho en la ventana, ¡eso! una auténtica pedrada como la que ha cuarteado el cristal de mi ventana! Por cierto: ¿Quién paga el destrozo?

-No pretenderá usted señora que, sin juzgarme, sin tener la mínima oportunidad de defenderme, me condene usted por un error que yo catalogaría de infantil. Mis disculpas deberían bastar por sí solas para obtener de usted un perdón que me ayudaría a reconsiderar lo que pienso sobre su proceder.

-¡Cómo que lo que piensa! Si resulta que ahora, encima, voy a ser yo culpable de la rotura del cristal.

-No directamente, señora, pero sí que es en cierta manera corresponsable en cuanto a que no deja resquicio a que la gente se equivoque. Un error no se paga con otro error.

-Eso, eso, pagar, pagar…porque un cristal de estos, de este espesor, cuesta un riñón.

-Señora, ¿Cómo se le ocurre blindar la casa con estos cristales tan caros? En mi modesto entender el hogar debe estar protegido lo justo. Estamos inmersos en una sociedad neurótica. Esperando ataques que no vienen de ningún lado; cerrando puertas y ventanas con los más variados sistemas; con alarmas conectadas, vallas electrificadas etc… Debemos recuperar la sociedad tribal, confiada, solidaria…

-¡Cállese por favor! Voy a cerrar la ventana y me voy a olvidar de todo. ¡Ah y no se le ocurra apedrear el cristal de al lado que, como le he dicho, es de mi propiedad!

-Señora creo que no me ha entendido. Mi error se compensa con el suyo. He roto, bueno no roto del todo sino solo magullado, la ventana que creía la correcta y usted ahora me viene diciendo que la ventana suya es la de al lado. ¡Escóndase que voy a tirar la piedra!

-El hombre eleva el brazo y hace ademán de arrojar la piedra.

-Voy a bajar y le juro que le daré con el paraguas hasta que le salgan los sesos por las orejas.

-Señora, por Dios, no esperaba esta reacción tan violenta, muy lejos de la sensatez y elegancia con la que usted, hasta ahora, ha conducido este asunto.

-Lo he pensado mejor. Voy a telefonear a mi marido…bueno no, a mi hermano y ya verá usted lo que es bueno.

-La he oído dudar. ¿No será que carece de marido? Hay mujeres que llegada una cierta edad se avergüenzan de no estar casadas. Aunque yo desde aquí aún la veo joven, puede que sea su caso. No debe preocuparse, hoy día, afortunadamente, esta circunstancia ha dejado de tener una especial relevancia

-Además de un gamberro y digo más, de un terrorista, es usted un insolente.

-Pare, pare señora. Le admito lo de gamberro e incluso lo de terrorista…pero lo de insolente. Nadie me había llamado así antes. La insolencia no entra entre mis defectos. Precisamente nunca me inmiscuyo en la vida de otra persona como usted está haciendo en la mía. Si me lo permite, es usted la que acompaña con unos gramos de insolencia el plato de sus palabras.

-Pues añado que, además, es usted un cursi redomado. ¡El plato de mis palabras! Jamás oí una tontería igual.

-Me está usted haciendo perder demasiado tiempo. Haga el favor de entrar en su casa y demuéstreme que la ventana de al lado es suya. Si no la veo asomada en unos segundos, procederé a lapidar el cristal.

-No le aguanto más. Es usted odioso. Voy a gritar hasta que todo el vecindario compruebe que un loco anda suelto.

-Ni se le ocurra. Nos han visto charlar amigablemente durante un buen rato y creo que nadie llegue a pensar que nuestra relación sea tormentosa. En realidad me estoy comportando como un juglar que arroja versos a su amada asomada en su castillo.

-Versos no sé pero piedra ya ha arrojado una y me ha roto el cristal. ¡Lárguese ya y no vuelva!


Final: La señora al cerrar de golpe la ventana, el cristal se desmorona quedando su cara en el marco como un cuadro. Se oye el impacto de una pedrada en el cristal de la ventana de al lado. Suena un tema de Pink Floyd de fondo.

1 comentario:

  1. Está bien esto del RELATrO. Desde luego se puede representar a modo de saiente o entremés y puesto en escena quedaría aún mas cómico.
    Enhorabuena.

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