viernes, 30 de marzo de 2012

Un salto para la Humanidad

Los científicos de la NASA estaban seguros de que el esfuerzo económico valdría la pena. Ese pequeño objeto que brillaba en la superficie lunar, y detectado por los telescopios de última generación, llamaba poderosamente la atención por su aspecto y consistencia, lejos de los elementos estructurales que componían nuestro satélite. El Congreso americano dio vía libre al proyecto. 

El robot, dirigido vía satélite se desplazó lentamente y englobó al objeto con su tenaza hasta ponerlo a disposición de los ultrasensores que se encargarían de determinar, a través de un potente programa informático, sus características. 

Neil Armstrong, primer hombre que pisó la Luna, veía con cara de satisfacción la operación en la televisión, en su tranquila granja en Ohio, mientras devoraba una hamburguesa que a duras penas podía ya masticar. Mucho antes que los ultrasensores emitieran un diagnóstico, Armstrong, al ver el objeto con más detalles, exclamó:

¡Coño, mi mechero! ¡Anda que no lo he buscado yo por todas partes! Fue un regalo de mi padre y quiso que lo llevara yo en mi aventura lunar. ¡Se me debió caer cuando di uno de aquellos ridículos saltos!

Ecocrisis


La ecografía mostraba lo que parecía ser una tumoración en uno de los brazos de la criatura. El ginecólogo no supo emitir un diagnóstico. El parto fue laborioso pero el niño nació bien. Su madre lloraba de alegría y por un momento dejó de pensar en el difícil trance que pasaba la familia atropellada por la crisis. Cuando le llevaron el recién nacido a su regazo, gritó a su marido: ¡José! ¡Ve a comprar mantequilla! ¡El niño viene con un pan debajo del brazo!

miércoles, 28 de marzo de 2012

Trabajo de campo

Apoyado en la barra del pub, el hombre miraba fijamente a una joven de pelo azabache recogido que jugueteaba con el vaso largo de algún combinado. Ella le devolvía la mirada a tragos y con un gracioso movimiento desabotonó la parte superior de su camisa negra de encajes, dejando al pairo el prometedor inicio de un busto generoso. Dio libertad a su cabello hasta los hombros y posó con intención sus labios en el borde del vaso. Mientras él mantenía la mirada, imantado, en la sensual silueta de la joven, rozándose el labio inferior con el pulgar, el camarero le cambió, sin que él lo viera, el whisky por un té con leche.

Después de un largo intercambio de ojos, él, con su mano izquierda tomó el asa de la taza de té y bebió un sorbo tras el cual gritó, ¡CAMARERO! ¡Añade un poco de leche fría que esto está que arde!

Ella se recompuso, dio las gracias al camarero y se dirigió hacia la salida sin mirar al hombre, que le devoraba los pasos con el té en la mano. Una vez en la calle, la joven anotó en su cuadernillo de trabajo estadístico, los resultados de otro caso más de la estupidez de los varones.

….Y es que los hombres somos así.

El Reto



Decidió retar al destino. Fijó al azar la ciudad, el día, la hora, el tren e incluso el vagón del que ELLA descendería. En una oscura estación de provincias esperó ese día a que el convoy se detuviera sobre la hora prevista. Del tercer vagón, una mujer  , dando un gracioso brinco, saltó al andén con un maletín de mano. La abordó y siguiendo un largo y trabajado guión, provocó una conversación que se alargó en el tiempo y en el espacio hasta que el incipiente idilio sufrió la maravillosa metamorfosis del amor dando lugar a una prolongada y feliz   convivencia. Ella, años más tarde, le confesaría que sin ninguna razón explicable, escogió ese tren, bajándose ese día a esa hora en una estación de una ciudad que le era desconocida.

jueves, 22 de marzo de 2012

Pregunto


¿Tiene miedo la madera acariciada por lenguas de fuego?
¿Teme la choza de ramas el silbido de un huracán?
¿Tiemblan los peces arrastrados hacia la playa por la encrespada marea?

Pregunto

¿Cómo combate el frío una espalda desnuda en el hielo?
¿Quien tiene el poder invisible para repartir por igual el orgullo?
¿Desde cuando la fiebre acompaña al hombre?

Pregunto

¿Se ocultan los insectos venenosos para no mostrar su miseria?
¿Por qué la saliva baña una boca ansiosa?
¿Hay alguien en el desierto que espere un cauce de agua fresca?

Pregunto

¿Es más rápida la mirada que el bostezo de un cometa?
¿Aprenden los niños cuando la piedra golpea y mata?
¿De donde se desprenden las caricias que llegan a nadie?

Pregunto

¿Es capaz un piano desafinado de recorrer una pieza maestra?
¿No se olvida a menudo que la suerte no es necesaria?
¿Cuánto tiempo se consume en cada paso? ¿Y en cada regreso?

Pregunto

¿Oyen los tiranos la voz aguda de una anciana que se pudre?
¿Despiertan las cornetas a los soldados de plomo?
¿Sanan las vendas que se fabrican con piel de sapo ciego?

Pregunto

¿Qué cimientos aguantan el peso de una envidia insaciable?
¿Quién vistió a la inocencia de luto riguroso?
¿Cómo se puede oír el grito de una gacela y seguir respirando?

Pregunto

miércoles, 14 de marzo de 2012

La noria

Acababa de estrenar la adolescencia retirando la pelusa que afeaba mi labio superior. Aún me atraían como un niño las atracciones de feria. La noria detuvo su giro y subí al cangilón junto a tres muchachas de mi edad, a las que no conocía y que aguardaban, como yo, su turno. La distribución de los asientos, de dos en dos, obligó a una de las chicas a compartir espacio conmigo. 


Cuando la noria comenzó a dar vueltas, cada vez a mayor velocidad y con vaivenes que desplazaban las cabinas como un péndulo, la joven se apretó contra mi pecho rodeándome el torso con su brazo. Su pelo cosquilleaba mi nariz y el olor que desprendía su cabello a limón fresco impregnó todo mi árbol respiratorio esforzándome en mantener mis fosas nasales abiertas de par en par para no perderme ni una de las molécula desprendidas. Tímidamente, traspasé la barrera y la abarqué con mi brazo derecho apoyando mi mano en su frágil hombro. A medida que la noria enloquecía, más se acurrucaba ella entre mis clavículas. Una mezcla de llantina nerviosa y sudor empapó mi camisa pero hasta en sus secreciones se percibía un olor a limonada. Podía contar sus latidos fundiéndose con los míos, ambos acelerados por distintos motivos. Sus amigas, desde el asiento de enfrente, gritaban y se reían cubriéndose la cara y de vez en cuando contemplaban con curiosidad el espectáculo que ofrecía su compañera de viaje, aferrada como un koala a mi cuerpo.

Bajamos de la noria y las risas trabucaban las palabras, oyéndose frases cortas, inconexas, propias de una juventud que resbalaba desde la infancia hacia la pubertad a la velocidad de un bólido de carreras. Ella, turbada y confundida, dando algún que otro traspiés, se enganchó del brazo de sus amigas y las tres adolescentes se fueron alejando, perdiéndose entre las atracciones contiguas. 

Yo me quedé unos minutos al pie de la noria, palpándome el pecho aún confortablemente dolorido, intentando seguir con mi nariz el rastro a limón y venciendo a duras penas el estremecimiento que me recorría de pies a cabeza. La escandalosa sirena a través de la megafonía me devolvió al sucio mundo del albero que tapizaba el terreno y dirigí mis pasos hacia mi casa mientras me acariciaba el labio superior, huérfano de una pelusa ya desaparecida y que esperaba con ansias un bigote de hombre.

martes, 13 de marzo de 2012

Más allá


Como cada tarde, se sentaba en el gastado poyete de piedra bajo el alféizar de esa impersonal ventana que vestía color almendra. Extrajo un cigarrillo del arrugado paquete al que daba coba como el niño que lame sin herir su helado de chocolate. No debería fumar pero después de tantos años conviviendo con volutas de humo, le hacía sospechar que cualquier otra enfermedad se adelantaría al tabaco en la carrera hacia el más allá. Una constelación de generaciones desconocidas pululaban a su alrededor. El barrio, su barrio, dejó escapar a todos sus amigos y conocidos. Sólo hablaba consigo mismo del pasado, obviando el presente y el futuro. 

De pronto, le poseyó un vértigo que asimiló con la muerte pero que rápidamente enlazó con una vivificante sensación de iniciar un nuevo cosmos. Cuando se dio cuenta, se encontraba a cuatro patas encima del banco. Nunca creyó en nada trascendente, pero ahora, al intentar hablar y emitir un tenue maullido, no descartaba la reencarnación.

martes, 6 de marzo de 2012

¿Donde?

¿DONDE?

¿Dónde están los ángeles vestidos de azul
que acompañaron las noches de mi infancia?
¿Y esas madres con harinas en sus manos
consumidas por horas de trabajo?
¿Qué habrá sido del profesor de historia
que puso en orden mis años confundidos?
No recuerdo la primera vez que acaricié un perro
ni el primer bostezo de una tarde aburrida.
Mis tejidos ya no son los que nacieron
mis lágrimas se secaron en la última batalla.
Pienso con la lenta marcha de un tren correo
y dejo circular mis palabras en las vías de enero.
Las hojas de un periódico sin fecha, sin nombre,
envuelven mis campanas que yacen calladas.
Vislumbro a lo lejos el pan con chocolate
y las tortas de aceite con azúcar tostada
Una adolescencia de mayonesa cortada,
mesas de café adornadas con bellas rodillas
Virutas de tiempo escupidas en la niebla,
escaparates con guiñapos de paja y heno,
olor a orina de gatos, perfume de los tejados,
brechas de cantos rodados y cristales.
Sol y más sol calentando una cabeza hueca
espigas de trigo atravesadas en la garganta,
escarceos limando el pecado de la indecencia,
sexo en inútiles mandobles de pubertad.
Mentir por mentir, callar por callar, o gritar,
huyo de lo próximo, rumbo a la lejanía
y mientras más me alejo, menos me encuentro

¿Será posible distinguir el pasado del futuro?
Ambos son tierra de nadie, pisada o por pisar

Propuesta de velo occidental

Inicio esta sesión de comentarios de noticias (y fotos) que me llaman la atención, a los que llamo eco-relatos y a los que pretendo envolver, con mas o menos fortuna, con una buena dosis de humor, siempre que éste sea posible encajarlo dentro del contexto.




Esto en mi tierra es jugar al fútbol en skijama (esquijama según nuestro diccionario) Tiene una ventaja: La chica termina de jugar el partido y se va derecha a la cama. Sin ducharse ¡Para qué! Tampoco él se ducha y cuando se quita la chilaba se llena el dormitorio de moscas. El velo parece incómodo pero en los corners es posible que se remate la mar de bien y como la portera no ve bien si lleva burka...pues...los goles entran que dan gloria (gloria según el Corán, se entiende) 

Se habla en el artículo de la posibilidad de utilizar una capucha con un velcro que se abre de un tirón. Yo sí que le ponía un velcro en los huevos a cualquiera de estos imanes "castramujeres" y tiraba con todas mis fuerzas hasta que se quedaran mudo por rozamiento de las cuerdas vocales.

¿Tan difícil es acabar con las religiones...o con las interpretaciones absurdas de libros que fueron escritos en unos tiempos donde casi nadie sabía leer?




El modelito parece un intento fallido de abandono disimulado del burka. O también lo que queda de un burka atacado por un gato en celo. ¡Joder! Estamos  deseando que se acabe esta "tontería" de los musulmanes  y resulta que aquí en occidente empezamos a tapar la cara de las mujeres, aunque sea a tiras. ¡Prefiero el modelo de la rubia, aunque parezca que vaya embutida en una lata, como en el mago de Oz!



sábado, 3 de marzo de 2012

El parque, el banco y otras cosas

Este relato corto lo he sometido a la "trituradora" del tiempo, respetando el espacio. Puede considerarse un ejercicio de prácticas que pretende retorcer una idea a la que al autor le da vueltas pero sin decidirse a plasmarla en un orden concreto.

El espacio es un parque y dentro del parque, un banco y un ambiente de risas infantiles. El personaje principal se desvela de manera más clara en la última versión. Juan, el jardinero, es un personaje secundario pero fundamental en el relato. El autor, en primera persona, no es más que un artista invitado que sirve de correa de transmisión del texto.



Versión 1 (presente)


Me siento todas las mañanas en ese banco. Se encuentra perfectamente orientado. Si está ocupado, espero con paciencia de pie, alejado unos metros. Leo la prensa, veo a los niños jugar alrededor de la fuente y a sus madres preparando con amor unos bocadillos que compartirán con las palomas. El guarda del parque suele echar algunas parrafadas conmigo e intuyendo una amistad, ya consolidada por el tiempo, hoy se sinceró contándome lo siguiente:

-"Debajo de este banco está enterrado mi padre"


No me lo creí, pero desde entonces me siento en el banco de enfrente.


Versión 2 (a saltos)


La primera vez que visité este parque me resultó tan entrañable que lo consideré como una prolongación de mi casa. Aún era demasiado joven para pensar en el futuro pero mis ojos se adelantaron y ya entonces me veía, como hoy, sentado en este banco ojeando la prensa y disfrutando de un impagable coro de risas infantiles. Durante años, Juan, el guarda del parque, me hablaba de su padre con un cóctel de nostalgia y rabia. Y mientras sus labios dejaban escapar gotas de dolor, su mirada parecía perderse bajo el banco que yo, tiempo después, abandonaría por otro, respetando su recuerdo.


Versión 3 (Versión inversa)


Con una mezcla de incredulidad e inquietud, decidí cambiar de lugar cuando Juan, el guarda del parque, al que me unía una amistad cincelada por el tiempo, señaló con un dedo el banco del parque donde yo me sentaba todas las mañanas, afirmando:


-"Ahí debajo yace mi padre" Y se restregó los ojos con los dedos índice y pulgar de su mano derecha..


Los niños, en competencia con las palomas, devoraban los bocadillos preparados con el cariño que sólo puede engendrar una madre. Sus manitas chapoteaban de vez en cuando en la fuente salpicándose agua unos a otros.


Versión 4 (flash back)


El soldado apunta con su fusil y dispara a la cabeza del hombre cuya gorra ensangrentada salta por los aires. Varios niños, ajenos al drama, arrastran juguetes de lata y sus alegres gritos se confunden con la estampida del disparo. 


¿Son los mismos niños que oigo ahora cantar alrededor de la fuente? 


Todo el pueblo conocía que este bucólico parque se construyó en la explanada llamada "de los muertos" concluida nuestra guerra civil. Cuando por boca de su hijo Juan, el guarda del parque, supe que aquel fusilado yacía bajo mi banco, nunca más me atreví a profanarlo.