martes, 22 de mayo de 2012

La Piráfula (sainete absurdo)


Primer plano de la fachada de una escuela y de un letrero encima de la puerta de entrada donde puede leerse:”Escuela para niños casi superdotados”. En el aula, el profesor, Don Arturo, que viste una chaqueta marrón pasada de moda con algunas manchas de pringue en la manga y en la solapa, carraspea y pide silencio. En la clase, se sientan unos doce alumnos, entre niños y niñas, de edades comprendidas entre 13 y 15 años. De fondo se oye ruido de aviones, dando la impresión de que la escuela se encuentra próxima a un aeropuerto.

El profesor:

-Hoy hablaremos de la piráfula. ¿Alguien puede decirme algo sobre su significado?

Tras un momento de silencio, un niño, al fondo de la clase, levanta la mano

-¡Vamos a ver, Pedro! ¿Qué puede usted comentar al respecto?

-Bueno, Don Arturo, la verdad es que mis padres, bueno, más mi madre, siempre me recordaron que, bueno, la piráfula está dentro de nosotros como un órgano más.

-Sí, sí, como metáfora vale…pero… ¿podría usted describirla con más detalle?

-No, no podría.

-¿Algún otro ser vivo puede añadir alguna pista que nos guíe por la procelosa senda del conocimiento?

Una niña se levanta tímidamente y dice con voz meliflua:

-Don Arturo, la piráfula, a mi modesto entender, entraría a formar parte de las…

(Sin dejarla acabar)

-¡No, no y no! ¡La piráfula, es suficientemente independiente y no necesita que se la encaje, encuadre, enmarque o lo que se os ocurra, en cajón de sastre o esquema alguno!

-¡Yo he dibujado una piráfula! Dice en voz alta Calleja, un niño con gafas de pasta gruesa.

-A ver, a ver – se muestra interesado el profesor y echa un vistazo al papel que le presenta el niño.

-¡Válgame Dios, Calleja! ¡Cómo se le ocurre! La piráfula no puede representarse de ese modo ni por asomo. Ande, ande, rompa ese papel y no comente con nadie lo que ha hecho. Por nuestra parte no saldrá de aquí este disparate.

-¡Reviego! ¿Que puede usted aportar acerca de la piráfula?

-Yo...yo...pues...si me lo permite, Don Arturo, creo que como manifestación extrínseca de la pubertad podría…
(De nuevo interrumpe Don Arturo)

-¡Ya estamos! ¡Extrínseca! y... ¿por qué no intrínseca? ¡Pubertad! ¡En que estará usted pensando Reviego! ¡¡Si le oyera su padre! Déjese de buscar tres pies al gato. La piráfula ni es extrínseca -se acerca al oído del niño y susurra en voz baja: ni siquiera, escúcheme bien Reviego, es una manifestación– subiendo el tono de voz: ni la pubertad tiene una influencia destacable en su identidad.

-Don Arturo, ahora que he oído la palabra padre, me viene a la memoria que el mío me dio esta mañana este sobre para usted (otro niño le alarga un sobre que el profesor abre con curiosidad)

-¡Hombre! ¡Dos entrada para los toros! ¡Y en barrera! ¡Dé usted las gracias a Don Guindo Yagüe, su padre de usted! Y ya que estamos en relajada conversación ¿que puede decirme, Alfonsito Yagüe, de la piráfula?

-¡Don Arturo! ¡Se supone que la acción de darle este sobre me eximiría de una pregunta que implicara un aprieto para mi persona!

-¡Tiene usted razón, Yagüe junior! Pasemos a Bernardo que lo veo muy callado y circunspecto allí en la esquina.

-¡Qué! ¿Algo que añadir sobre la piráfula?

-¡Ay Don Arturo, no tengo mas que palabras de agradecimiento para usted! Yo aquí, esperando que usted se dirija a mí y por fin me llega este sublime momento Mi madre me dice que debo darme a valer...pero esta timidez me mata. Creo que no seré capaz nunca de quitarme este complejo de bulto sospechoso en el que nadie repara. Me siento transparente y…

-¡Basta ya Bernardo! ¿La piráfula?

-La piráfula, Don Arturo, me tiene sin sueño. Cuando usted ayer dijo que hoy hablaríamos sobre ella, no pude pegar ojo. Incluso me he orinado en la cama, cosa que no hacía desde hacía tres años

(Risas en el resto de la clase)

-Silencio! ¡Dejad la risa para el recreo!

(El profesor se tapa la boca con una mano intentando que no le note que aguanta la risa)

-Continúe, Bernardo, ¿y...?

-Pues, la pirá... (El niño tose, se atora y no puede seguir su explicación)

-Déjelo. Pasemos a Felisa. ¡Felisa!

-Pues...la piráfula, si nos remontamos a la época en la que las técnicas de desarrollo iniciaron el proceso de la mayor y más fértil etapa en la que los seres humanos descubrieron que no sólo con la implantación de los conceptos perifrásticos de un lenguaje…


-¡Ya empezamos con las simplificaciones! La piráfula es algo más que todo eso. No ha entendido usted nada de la materia ingente que colabora en la factorización de las enmiendas.

(Don Arturo da un giro brusco y señala a otro alumno con el dedo)

-Por amor de Dios, Genaro, ponga en claro la piráfula porque hasta ahora nadie ha sabido comprender no solo su importancia sino una descripción que se aproxime a su auténtica realidad.

-Dos Arturos, digo Don Arturo, la piráfula no puede ser objeto de discusión. Pienso que todos debemos concebirla como lo que es y no por los queremos que sea.

-Muy bien, Genaro, va usted por la senda correcta...pero ¿podemos estimular los sentidos sin detrimento de la razón? Piénselo bien antes de contestar.

-En absoluto, Dos Arturos, perdón, don Arturo. Me remito a las tesis sobre el protoplama del Dr. Enric Mastrovanni.

-¡Muy bien! Pero...le falta ese pequeño salto entre la comprensión y la absorción intelectual del hecho en sí. ¿Debemos acercarnos a la piráfula sin remordimiento? No conteste Genaro, que ya lo hace Koska, la rusa.

-Я русский, и я провожу учителя в кожу моих трусиков

(Traducción aproximada: soy rusa y me paso al profesor por el forro de mis bragas)

-Sigo sin entenderla, señorita, desde que reinició usted la lengua rusa después de haberla olvidado por completo.

(El profesor da dos pasos y se dirige a otro niño)

-Señorito Verlasco, ¿con qué confundiría o con qué podría usted confundir una piráfula?

-¡Por favor, don Arturo! ¡La piráfula es inconfundible!

-¡Muy bien Verlasco! Pero, en el hipotético caso de que…

-No hay hipotético caso que valga, Don Arturo y disculpe mi atrevimiento. La piráfula siempre se distinguiría por su propia esencia.

-Ya, ya… Verlasco y por supuesto no disculpo su atrevimiento rayano en la más descarada ineducación, pero la esencia “per se” no hace distinguible a las cosas. Si fuera así nunca nos equivocaríamos al elegir a un presidente o a un partido en las elecciones. ¡Váyase con su esencia a la mierda, señorito Verlasco, y no lo tome usted a mal!


(Suena un timbre que señala el final de las clases)

-¡Se acabó! Mañana, aprovechando que ya todos conocemos y nos movemos con soltura con la piráfula, seguiremos con otro tema que guarda estrecha relación con ella: El Piñón de Brito. Buscad información en las enciclopedias y traed un breve resumen a doble espacio…o mejor…a triple espacio.

Un avión sobrevuela la escuela haciendo un ruido ensordecedor.

FIN

sábado, 19 de mayo de 2012

El castillo de Nevsky

Prólogo:

Este relato forma parte de otra de las tareas que nuestra "profe" del taller literario nos encargó hace poco. En este caso se trataba de escribir un cuento siguiendo los esquemas clásicos y que , a ser posible, fuera fácil su transmisión oral. Me ha salido este cuento "gótico". Voilà.


Nadie recordaba un invierno con tanta nieve en Nevsky. El pueblo, incrustado entre roquedales, desnudó el luto de sus tejados y vistió de blanco durante varias semanas. El castillo, empeñado en perdurar, se desmoronaba poco a poco, habitado sólo por murciélagos, ratas y topos.

En una humilde pero confortable vivienda, el anciano, rayando la centena, se cubría el cuerpo con el calor de las llamas de la lumbre, mientras que los tres jóvenes, su nieto y dos amigos, permanecían sentados en el suelo, junto a él, observando cómo el humo huía por la chimenea en busca del aire frío del exterior.

-¡Abuelo! ¡Cuéntenos la historia del castillo! Dijo Mihai, el nieto, mientras guiñaba con complicidad a sus amigos.

El abuelo se frotó la nariz con los nudillos, limpiando las gotitas de un incipiente catarro y con voz trémula pero segura, comenzó su relato:

Este castillo, mis queridos imberbes, del que ahora sólo quedan sus ruinas, fue construido por el conde Vladimir I después de conquistar este territorio hace más de doscientos años, tras pasar a cuchillo a casi toda la población. Su esposa, una condesa valaca muy guapa, murió entre sus muros durante el parto de su primera y única hija. Cuando enviudó, Vladimir se encerró en la fortaleza y muy rara vez se le pudo ver en persona. De la misma manera, su hija, la condesita Meulina, que al parecer superaba en belleza a su madre, apenas se dejó contemplar fuera del fortín.

Dos veces al año, cabalgando sobre sobrios corceles, salían del castillo los esbirros del conde y recaudaban los tributos, bien en monedas de plata bien en objetos de valor, si no se disponía de dinero. Además, los campesinos eran obligados a transportar alimentos y parte del fruto de sus cosechas hasta el límite mismo de la enorme puerta levadiza, donde la servidumbre terminaba por acarrear todo hacia el interior.

Cuando Meulina cumplió 16 años, su padre organizó una fastuosa fiesta en su honor. Hizo engalanar los torreones con gallardetes y banderolas; las risas y la música rebosaban por los muros llenando el aire, leguas a la redonda. Entonces, Vladimir ordenó repartir entre sus súbditos unos exquisitos dulces desconocidos por los lugareños. 

Del pequeño destacamento que distribuía las golosinas, se adelantó un hombre a caballo, con mostacho y largas manos, llamado Mircea, convocando por la fuerza de su espada a todos los ciudadanos. Desenrolló un pergamino y con voz potente inició su lectura:

-¡Vecinos de Nevsky! ¡Prestad atención si no queréis acabar vuestros días como carroñas para las alimañas! ¡En nombre del conde Vladimir I el Victorioso, nuestro señor, Dios le proteja, dueño y valedor de todas estas tierras, hago saber que es su deseo invitar a los actos de celebración del aniversario de su hija Meulina, Dios le otorgue larga vida, a un joven de su edad con la condición de que no haya tenido aún contacto carnal con mujer alguna!

Varios muchachos se adelantaron ofreciéndose como voluntarios, pero el hombre del mostacho señaló con el dedo a uno de ellos, llamado Matei y lo hizo subir a la grupa de su caballo.
De Matei nunca más se tuvo noticia alguna. Se cuenta que, algún tiempo después, alguien vio, en otro pueblo, a un ciego que se le parecía.

Al año siguiente, el día del cumpleaños de la condesa, acaeció lo mismo. En esta ocasión, el miedo hizo que los jóvenes del pueblo se escondieran, pero el hombre del mostacho y sus huestes fueron casa por casa hasta que dieron con Dimitri, quien apenas estrenaba la pelusa de sus labios y al que sacaron a empellones. Dimitri fue alejándose a la grupa del caballo de Mircea, camino del castillo, no retornando jamás al pueblo.

Cuando Meulina cumplió 18 años, llegó el turno a otro adolescente que tras ser arrancado de su familia, amaneció muerto en el río, sin sus ojos. Año tras año se repetía esta secuencia de acontecimientos: Los jóvenes o bien desaparecían sin dejar rastro o aparecían, cegados, en los lugares más insospechados.

Pasaron más de ochenta años y nadie se atrevía a preguntar si el conde aún vivía, a pesar de que, de ser así, su edad debería aproximarse a los 130 años; pero sus órdenes aún se transmitían y sus secuaces seguían saliendo puntualmente del castillo para cobrar los tributos normales y el tributo especial del joven virgen para la condesita, la cual, si el tiempo pasa para todos por igual, rozaría ya el siglo”

      -Pero, queridos mozalbetes, dijo el abuelo cambiando el ritmo y tono de voz. Sucedió lo que os voy a contar. Pero antes, os advierto que no es nada agradable y si vuestros corazones no están preparados mejor será dejar el relato en este momento, esperar a que la noche transcurra y concluirlo a la luz del día.

       -¡No, no, abuelo! ¡Siga, siga! Gritaron a coro los tres muchachos.

Uno de esos años, una madre, temiendo que vinieran a por su hijo adolescente, simuló que el chico había quedado ciego a causa de una enfermedad. Aún así, el hombre del mostacho, por el que no parecía tampoco pasar el tiempo, lo escogió y aupándolo a la grupa del caballo lo transportó galopando hasta el castillo.

En un amplio aposento, el joven, aunque atemorizado, seguía fingiendo ser ciego. Un esbirro, no estando seguro de su ceguera, le quiso probar acercándole unas tenazas incandescentes hacia los ojos pero el falso ciego aguantó sin parpadear tras lo cual le creyeron.  A continuación, dos doncellas lo introdujeron desnudo en una tina con agua calentada al fuego y lo embadurnaron con perfumes y bálsamos. Una vez seco y vestido con una especie de batín de seda roja, le acompañaron hasta el dormitorio de la condesa Meulina. El joven, con el miedo escarbando su cuerpo, sin atreverse a entreabrir los ojos para ver la escena, notó como las doncellas le despojaban del batín. Entonces, osó mirar por una estrecha rendija abierta entre sus párpados y divisó en el lecho a la mujer más hermosa jamás vista. Su cabello era dorado como la corona de un rey; su tez blanca, de una palidez que invitaba a sonrojarla con caricias y tenía unos labios ansiosos y unos ojos brillantes como estrellas fugaces que se clavaron con apetito en el cuerpo del joven.

Las dos doncellas procedieron a retirar las sábanas de paño fino con embozo bordado de flores turquesas y en ese momento, cuando debía aparecer el cuerpo de la condesita, un amasijo de carne putrefacta trufada de ojos humanos, ocupaba su lugar. El joven vomitó y antes de que las doncellas dieran la voz de alarma al advertir que mentía acerca de su ceguera, saltó a través del ventanal cayendo entre los arbustos del jardín. Corriendo como un poseso hacia el pueblo, pudo escapar a los embates de la guardia del conde.Cuando se encontraba a una distancia prudencial, volvió la cabeza hacia el castillo percatándose de que había quedado ciego de verdad"


 -Ese día, en Nevsky, cualquiera pudo ver e incluso oler, la espesa humareda verdosa que se desprendía del castillo, el cual, desde entonces, como podéis comprobar, se encuentra abandonado y yo diría, maldito.

 -¡Abuelo! Y… ¡cómo se llamaba aquel joven!

             -Husarsky

             -¡Qué casualidad, abuelo, como usted!

          El abuelo, a tientas, agarró el jarro de lata y bebió un sorbo de vino rojo y ácido, chasqueando la lengua.

            -Sí, tienes razón, ¡qué casualidad!

domingo, 13 de mayo de 2012

La ratonera


El ascensor llegó al tercer piso. Preparó la llave y observó que la puerta de su casa había desaparecido. La pared del descansillo cubría el vano antes ocupado y la impresión era de que sólo había una vivienda por planta. Llamó a la puerta de enfrente y la vecina le corroboró que, efectivamente, se había percatado del hecho, sin darle mayor importancia. Volvió sobre sus pasos y al ir a tomar el ascensor también éste se había esfumado. Ni rastro del hueco por donde se desplazaba. Bajó por las escaleras pero no pudo salir a la calle. El portal del edificio se había transformado en una tapia cuyos ladrillos aún olían a cemento fresco, como recién puestos. Intentó subir de nuevo pero la escalera sólo bajaba. Se negó a descender; el edificio nunca tuvo sótano ni garaje.

sábado, 5 de mayo de 2012

LA PEDRADA (RELATrO)


Introducción:

Defino este género como RELATrO, entendiendo como tal, un relato que puede ser representado. En realidad no se trata de nada nuevo sino de plagiar en parte a autores que ya desarrollaron esta idea aunque añadiendo texto que se hace prescindible a la hora de ponerlo en escena y por tanto convirtiéndolo en un relato sin más. En este sentido, se intenta que incluya una buena dosis de humor, diálogos absurdos, teñido de surrealismo pero con un trasfondo, en ocasiones, que pretende cierta trascendencia. Las influencias están claras: Los entremeses, los sainetes, el teatro del absurdo de Alfred Jarry, Eugene Ioneso y Jean Genet entre otros dramaturgos e incluso en mis primeras lecturas de revistas de humor como La Codorniz donde grandes autores del humor absurdo, como Miguel Mihura, dieron forma en España a este género.

La escena se desarrolla en una calle con viviendas de una o dos plantas, de ladrillo visto, tipo inglés, donde se respira un ambiente muy burgués. Un acerado con arboles y plantas conforman el entorno y unas ventanas con macetas cuadradas provistas de pequeñas flores, dan al entorno un aire colorista, de paz y tranquilidad. Se escucha un ruido fuerte y seco y en escena se ve una ventana de una primera planta, no muy elevada respecto a la calle, en la que ha impactado un objeto.

ESCENA I (y única)

El impacto sonó como el certero disparo de un francotirador: seco, distante pero cercano al mismo tiempo, produciendo una marejada en el océano de tranquilidad que se respiraba en el comedor.

El objeto, una piedra, había acabado su trayectoria en el cristal de la ventana, sin fracturarla del todo, dibujando en ella una especie de tela de araña con fisuras que desde el centro se desplazaban dando lugar a formas caprichosas, como ríos que, desorientados, buscaran un sitio donde desaguar.

La mujer, que estaba leyendo sentada en un butacón, una vez recuperada del susto, abrió con cuidado el armazón de madera que enmarcaba la ventana fijándolo en sus armellas y se asomó hacia el exterior. En el alfeizar, entre dos macetas cuadradas de flores, descansaba el responsable del golpe, un pedrusco que milagrosamente quedó como mudo testigo sin caer a la calle.

Un hombre, desde la acera, con otra piedra en la mano, miraba hacia arriba, encontrándose ambas miradas en tierra de nadie.

(La mujer inicia el diálogo)

-¡Oiga! ¿Ha sido usted el que …

-¡Sí, perdone, pero me he equivocado de ventana!

-¿Cómo? ¿qué me está usted diciendo?

-Lo que oye señora, que me he equivocado de ventana.

-Pero… ¡como se atreve encima a decir tamaña estupidez!

-Señora, le vuelvo a repetir que ha sido un error y le ruego que me disculpe y ahora retírese que voy a proceder a arrojar la piedra hacia la ventana correcta.

-¡Voy a llamar a la policía ahora mismo!

-Vamos a ver señora. Sea usted sensata y no se deje llevar por la primera impresión que obnubile su mente. Parece usted razonable y desde donde me encuentro hasta diría que parece usted muy atractiva. Ha sido un error y lo que no puedo es estar pidiendo disculpas toda la mañana.

-¡Voy a llamar a la policía, le reitero! Pero no quiero quedarme sin saber el motivo por el que usted se dedica a tirar piedras a las ventanas.

- ¡Ah, la curiosidad femenina! No generalice, por favor. No me dedico a dar pedradas a tontas y a locas. Me he equivocado y reconozco mi error. La Biblia está llena de errores y perdones. Grandes hombres han pedido disculpas por su proceder: políticos, banqueros, artistas en fin, personas a los que no les ha costado trabajo reconocer que no han dado el paso correcto. Porque siempre hay tiempo para retroceder y rectificar.

-¡No ha contestado usted a mi pregunta concreta!, ¡déjese ya de circunloquios y de dar lecciones de ética, ¡no soporto a los que retuercen la dialéctica hasta dejarla hecha un nudo de palabras sin sentido!

-Señora, tampoco usted se desenvuelve mal con el lenguaje. Veo que he dado con alguien que no sólo es un amasijo de órganos que se desplaza sin orden ni concierto. En cuanto a su pregunta, permítame ocultarle la causa que me ha traído hasta aquí, quizás en contra de mis ideas y venciendo mis convicciones más resistentes al deterioro. Le repito que lo que realmente importa en este caso es el reconocimiento por mi parte de un error que siento de verdad y por ello no se me caen prendas en pedir su benevolencia las veces que haga falta. Mil perdones y mil disculpas. He pecado quizás de ligero. He acudido demasiado temprano y esta bruma que ahora se disipa, ha podido ser la causante de mi equivocación. Bueno, señora, siento tener que terminar esta agradable conversación pero enciérrese en su casa que voy a arrojar la piedra a la otra ventana.

-¿Qué otra ventana?

-¡Esa justo al lado de la suya! La que tiene un visillo floreado.

-Pero…está usted loco de remate. Esa ventana también es mía ¿A qué viene eso?

-Señora, eso cambia las cosas. Entonces creo que el error está en usted y es usted quien se ha equivocado de ventana. ¡Guarde cuidado que voy a tirar la piedra!

-Lo suyo es locura de camisa de fuerza. ¡Ahora mismo llamo a la policía!

-Piénselo bien antes, señora. Deberá usted justificar el por qué no se encuentra en su ventana. La acosarán a preguntas. Eso si no la acosan de otro modo. Conozco a un policía que cada vez que una chica guapa acude a denunciar.....

-¡Cállese y váyase por favor! Si se marcha le prometo olvidarme de la policía y consideraré zanjado este asunto pero, por favor, no gastemos más tiempo en disquisiciones estúpidas.

-Estúpidas serán para usted, señora. Yo las creo útiles para personas educadas como somos los dos. Sin diálogo no es posible la convivencia y sin convivencia el diálogo se convierte en auténticas pedradas a la inteligencia.

-¡Ha dado usted en el clavo- bueno o mejor dicho en la ventana, ¡eso! una auténtica pedrada como la que ha cuarteado el cristal de mi ventana! Por cierto: ¿Quién paga el destrozo?

-No pretenderá usted señora que, sin juzgarme, sin tener la mínima oportunidad de defenderme, me condene usted por un error que yo catalogaría de infantil. Mis disculpas deberían bastar por sí solas para obtener de usted un perdón que me ayudaría a reconsiderar lo que pienso sobre su proceder.

-¡Cómo que lo que piensa! Si resulta que ahora, encima, voy a ser yo culpable de la rotura del cristal.

-No directamente, señora, pero sí que es en cierta manera corresponsable en cuanto a que no deja resquicio a que la gente se equivoque. Un error no se paga con otro error.

-Eso, eso, pagar, pagar…porque un cristal de estos, de este espesor, cuesta un riñón.

-Señora, ¿Cómo se le ocurre blindar la casa con estos cristales tan caros? En mi modesto entender el hogar debe estar protegido lo justo. Estamos inmersos en una sociedad neurótica. Esperando ataques que no vienen de ningún lado; cerrando puertas y ventanas con los más variados sistemas; con alarmas conectadas, vallas electrificadas etc… Debemos recuperar la sociedad tribal, confiada, solidaria…

-¡Cállese por favor! Voy a cerrar la ventana y me voy a olvidar de todo. ¡Ah y no se le ocurra apedrear el cristal de al lado que, como le he dicho, es de mi propiedad!

-Señora creo que no me ha entendido. Mi error se compensa con el suyo. He roto, bueno no roto del todo sino solo magullado, la ventana que creía la correcta y usted ahora me viene diciendo que la ventana suya es la de al lado. ¡Escóndase que voy a tirar la piedra!

-El hombre eleva el brazo y hace ademán de arrojar la piedra.

-Voy a bajar y le juro que le daré con el paraguas hasta que le salgan los sesos por las orejas.

-Señora, por Dios, no esperaba esta reacción tan violenta, muy lejos de la sensatez y elegancia con la que usted, hasta ahora, ha conducido este asunto.

-Lo he pensado mejor. Voy a telefonear a mi marido…bueno no, a mi hermano y ya verá usted lo que es bueno.

-La he oído dudar. ¿No será que carece de marido? Hay mujeres que llegada una cierta edad se avergüenzan de no estar casadas. Aunque yo desde aquí aún la veo joven, puede que sea su caso. No debe preocuparse, hoy día, afortunadamente, esta circunstancia ha dejado de tener una especial relevancia

-Además de un gamberro y digo más, de un terrorista, es usted un insolente.

-Pare, pare señora. Le admito lo de gamberro e incluso lo de terrorista…pero lo de insolente. Nadie me había llamado así antes. La insolencia no entra entre mis defectos. Precisamente nunca me inmiscuyo en la vida de otra persona como usted está haciendo en la mía. Si me lo permite, es usted la que acompaña con unos gramos de insolencia el plato de sus palabras.

-Pues añado que, además, es usted un cursi redomado. ¡El plato de mis palabras! Jamás oí una tontería igual.

-Me está usted haciendo perder demasiado tiempo. Haga el favor de entrar en su casa y demuéstreme que la ventana de al lado es suya. Si no la veo asomada en unos segundos, procederé a lapidar el cristal.

-No le aguanto más. Es usted odioso. Voy a gritar hasta que todo el vecindario compruebe que un loco anda suelto.

-Ni se le ocurra. Nos han visto charlar amigablemente durante un buen rato y creo que nadie llegue a pensar que nuestra relación sea tormentosa. En realidad me estoy comportando como un juglar que arroja versos a su amada asomada en su castillo.

-Versos no sé pero piedra ya ha arrojado una y me ha roto el cristal. ¡Lárguese ya y no vuelva!


Final: La señora al cerrar de golpe la ventana, el cristal se desmorona quedando su cara en el marco como un cuadro. Se oye el impacto de una pedrada en el cristal de la ventana de al lado. Suena un tema de Pink Floyd de fondo.

miércoles, 2 de mayo de 2012

La Agencia


Su falda huía de las rodillas en cada paso que daba intentando esquivar los huecos entre adoquines que convertían la bocacalle en un viejo con mellas.
Sus caderas, obligadas, oscilaban de una manera algo obscena. Dio un último saltito hacia el acerado salvando un charco de agua pútrida que se negaba a abandonar el empedrado por los sumideros. La sirena de una ambulancia a lo lejos pespunteó el silencio del callejón. La mujer se detuvo delante del portal nº 4 que daba entrada a un edificio de cinco plantas, que, aunque en fase cercana a la ruina, aún conservaba el empaque que conoció cuando fue construido en su día, probablemente para familias de clase media-alta a principios del siglo XX. Unos timbres anticuados, de los que partía un trenzado y no menos vetusto cableado, presumían conectar con las respectivas viviendas pero debajo de cada uno de ellos sólo constaba el número de planta y una letra – se suponían dos pisos por planta – sin ningún otro dato orientativo. 


Un hombre de aspecto serio, con espeso bigote e incipientes canas, salía en ese momento llevando un portafolio marrón.

La mujer se dirigió a él, preguntando:

- Por favor, ¿la Agencia?

El hombre se atusó el bigote y reparó con un vistazo poco disimulado en el escote de la mujer, aprovechando que el primer botón parecía estratégicamente huido del ojal.

- Última planta. Piso 5º B. Vengo de allí. ¡Suerte! Y simulando prisa, desapareció rápidamente por la esquina.

Sobre la puerta del ascensor un letrero casi ilegible rezaba “fuera de servicio”. Podría interpretarse que lo que estaba fuera de servicio era el letrero por lo mugriento, pero no, el ascensor, lleno de telarañas, daba la impresión de haber realizado su último viaje nada más terminarse el edificio. La mujer comenzó a subir la escalera no sin cierta dificultad debido a unos altos tacones que se trababan de vez en cuando en los peldaños e, incluso a pesar de su relativa juventud, no aparentaba más de 40 años, necesitó detenerse para tomar aire en los descansillos a partir del tercer piso. En el momento justo de alargar la mano para llamar – observó que no había timbre sino una aldaba de hierro mal forjado – la puerta se abrió y un hombre maduro, rayano en la vejez y elegantemente vestido, le extendió el brazo ofreciéndole la mano.

- Bienvenida señora. Señora Claudia Guzmán, supongo. ¡Pase! La esperábamos.

-Señorita…por ahora, si no le importa. Gracias. Tengo prisa y necesito que este asunto quede zanjado cuanto antes. Usted debe ser….

- Efectivamente, señorita Guzmán. Soy yo. Nos encargaron su caso y con mucho gusto la Agencia se aviene a sus instrucciones. Nosotros, en justa reciprocidad, como usted ya sabrá, exigimos también algunas contraprestaciones. No la defraudaremos. Sólo queremos tener carta libre y que no trascienda más allá de los límites impuestos por ambos lados.

- Por descontado. Tienen todo el campo que necesiten. Sólo quisiera estar segura de que se cumplirá a rajatabla el trabajo encomendado con la debida celeridad y confidencialidad.

- Señorita Guzmán, supongo que ha traído usted el objeto. Perdone pero veo que viene con sus manos desnudas y…

- Supone bien, señor…agente, ¿me permite referirme a usted de este modo? El objeto tiene el tamaño adecuado para que pueda llevarlo yo encima sin levantar ningun recelo.

- Llámeme así si le resulta más cómodo, señora, perdón, señorita. ¿Puedo verlo? Me gustaría, ante que nada, apreciar la belleza y el valor que, según nuestras referencias, se dice que posee. El valor sentimental, por supuesto, se me escapa de las manos, aunque interpreto que para usted es muy superior al valor material.

- Veo que conoce usted su trabajo. Interpreta bien mis sentimientos. Pero los caballos no siempre obedecen a las riendas. Debo proceder según mis instintos. La razón hace tiempo que la vendí al mejor postor.

Claudia se desabotonó por completo la blusa dejando al pairo unos pechos que desbordaron su espacio natural, sin trazas de haber estado prisioneros de sujetador alguno, al menos recientemente. Debajo del pecho izquierdo, colgaba una bolsita de satén sujeta con un esparadrapo.

- Puede cogerlo usted mismo.

El llamado Agente adelantó con cierto reparo una mano hacia la bolsita, rozando sus nudillos la piel del pecho, y tras un ligero tirón se hizo con ella.

- Disculpe, es la primera vez que me ocurre esta circunstancia. Normalmente el objeto suele venir de la mano del cliente, más o menos oculto pero…así…de este modo…

- Ya veo. Entiendo que se sorprenda. Acabo de cruzarme con otro cliente y la verdad, sí, portaba un maletín. Pero temía parecer sospechosa con algo en la mano y un bolso o un portafolio siempre puede ser objeto de robo, sobre todo en estos parajes donde no se ve un alma.

Del interior de la vivienda surgió la voz femenina, algo varonil por su ronquera de fumadora

  • ¡Jordi! ¿Vienes o no?

  • Espera Julia, estoy atendiendo a una portadora.

Una mujer joven aunque de aspecto avejentado, muy delgada, casi esquelética, con un cigarrillo en la boca y vestida sucintamente con unas bermudas y un sujetador, asomó por una de las puertas que daba al vestíbulo donde se desarrollaba la conversación.

  • Perdone – dijo el agente dirigiéndose a Claudia, que rápidamente se abotonó la blusa –

  • ¡Julia, échale un vistazo! - y arrojó la bolsita hacia la mujer que la vació en su mano.

  • ¡Jordi, perfecto! ¡Todo en regla!

  • ¿Cree usted que el plan saldrá conforme a lo previsto? – se atrevió a decir Claudia -

  • No le quepa a usted la menor duda, señorita Guzmán. Nunca hemos fallado.

  • Entonces...,señor Agente, no tengo más que decir. Debo marcharme. Por cierto… ¿cuándo empezaré a ver los resultados?

  • Antes de que usted lo piense. Es más que probable que antes que usted abandone este edificio.

Claudia bajó las escaleras con la misma inseguridad que las subió y cuando iba por el segundo piso sonó su móvil.

  • ¡Claudia! …¡Por fín! ¡todo resuelto! - Al otro lado una voz femenina, temblorosa, se expresaba entre la sorpresa y la alegría.

  • ¿Cuándo ha sucedido?

- Pues, ahora mismo, hace apenas unos minutos. Tengo delante a una mujer que dice conocerte. Se llama Julia.

- ¡Ah, sí! Coincidimos no hace mucho. Voy para allá

Salía a la calle en el momento que un muchacho mal encarado, con vaqueros y aspecto descuidado la abordó en el portal, preguntándole:

-¡Oye, tú! ¿Sabes si está por aquí la Agencia?




Notas sobre la elaboración del relato:


Este relato es fruto de la tarea propuesta por nuestra profesora de taller literario  que nos exigía que en una gran parte fuera dialogado y que al menos interviniera una mujer como protagonista.

No es fácil, ni para mí como autor, dar una interpretación del mismo. A medida que lo escribía me daba cuenta que para mí era más importante el propio diálogo que se nos proponía como ejercicio, que la trama en sí misma. Así, fue transcurriendo el relato y no distinguía bien hacia donde caminaba, hasta hacerse totalmente independiente. Como única explicación, se me ocurre que siempre me he sentido atraído por temas de tinte surrealista o del absurdo, en los que no necesariamente tengan que poseer un  por qué ni un final lógico. A posteriori y releyendo el texto  puede que quisiera plasmar un pacto de la protagonista con el diablo  (¿Señor Agente?) pero no estoy seguro de ello.