Se arrastraba por el barro esperando que alguna cámara grabara su intrépida hazaña. Después de más de una hora, cuando el vientre ya no le respondía, se levantó y de un salto se encaramó en la rama más baja de un árbol cercano. Aguardó, como un orangután, más de tres horas en cuclillas, aterido de frío, siempre oteando el horizonte.
Nadie advirtió su enorme vocación de intérprete de películas de aventuras. Bajó del árbol y cabizbajo regresó a su cabaña, prefabricada y adquirida en unos grandes almacenes a precio de saldo por defectos de fábrica y allí pellizcó un mendrugo de pan sobre el que acomodó un buen trozo de chorizo...
Después, se dejó caer en un jergón donde prepararía la aventura del día siguiente.