lunes, 20 de agosto de 2012

Bañeras


¡Cuanta nostalgia de ese cuerpo blanco de harina que se escondía entre espuma y globos de jabón irisado!  Tu mano se introducía en mí esperando que yo te regalara la tibieza del agua antes de poseerte. Yo rebosaba de gozo cuando desplazabas mi contenido. 

Los libros de física lo olvidan pero, ¿no se inspiró Arquímedes en tu empapada anatomía? Te desnudabas con esa elegancia tan desinhibida  que yo presenciaba a través del espejo cuya piel de cristal se velaba con el vapor de mi respiración.  ¡Cómo ardía de celos cuando ese hombre te acompañaba a veces en tu baño.! Intentaba extraer el tapón para dejar a la vista esas manos que te acariciaban bajo el oleaje que vuestros cuerpos provocaban en mi pequeño mar. Sin embargo, ¡me sentía tan feliz en tus placeres solitarios! Tus jadeos y risas me daban vida. Cuando me abandonabas, tu epidermis arrugada de tanto placer, se refugiaba en esa toalla azul, envidiado manto de reina,  que dejabas después con mimo sobre mi regazo.

Llegó mi hora. La esperaba. Ahora, aunque triste, aún me siento útil recogiendo el agua de ese canalón que vierte la lluvia sobrante de tu tejado. Mis labios enverdecen de placer cuando te veo acercarte con tu bata de seda y miro con disimulos tus muslos que durante tanto tiempo probaron mi vientre.



Tú al menos aún bebes agua, Yo, olvidada, en medio de esta sierra, soportando las inclemencias del tiempo, no tengo ni siquiera el consuelo de una lluvia reparadora que me colme y que sólo resbala por mis costados. Podría mentirte contándote historias de baños increíbles...pero ¡para qué! No tuve tu suerte. Mi recuerdo no es de celofán sino de un grosero envoltorio. Nací defectuosa y no tuve la oportunidad de ser útil a esos cuerpos que esperaba ardientemente. Me abandonaron a mi suerte. Las hojas me acompañan y algunas castañas consiguen mantener mi atención y sacian en parte mi aburrimiento. Miro hacia la casa que me despreció y veo entrar a esa mujer de piel morena que tanto me recuerda a tu sirena.

Sólo me queda desearte mejor suerte que yo en esa tu segunda etapa como recolectora de agua de lluvia y que tanto envidio.

(fotos del autor)

viernes, 17 de agosto de 2012

Cibertrovador


(poema anacrónico-jocoso en octosílabos)

Al pie de esta torre aguardo
que te asomes, alma pura
no es el tiempo el que dura
sino la hoguera en que ardo

Mi móvil en el regazo
Un portátil que me jura
conseguir la cobertura
para colmarte de abrazos

Y tú, en silencio, ni caso
tu indiferencia procura
regar tu amor, sin factura
por mis venas, dando saltos

Consigo entrar en el lazo
del wi-fi que el bien augura
parece que me asegura
conexión pero con plazos

Entro, resisto el retraso
la impaciencia ya me apura
y me adentro en la espesura
del Google, que me da paso

Tu ventana, a cal y canto
sin señal de luz, a oscura
sin esperanza futura
de tenerte entre mis brazos

Con mis dedos, tecleando
sigo en mi fiel aventura
pues no hay peor quemadura
que la pasión que yo aguanto

Un mensaje que es quebranto
y esperando su lectura
como manzana madura
sale del vil aparato

Más si se pierde el contacto
de quien depende mi cura
me sobran y con holgura
los correos que te mando

Sigo aquí, desesperado
bajo esta cruel dictadura
y la insufrible locura
de un Internet enroscado

Recurro al móvil mundano
lo acerco a mi comisura
pero todo es impostura
pues estás comunicando

Y grito en mi desencanto
¡si esta ciencia en miniatura
no transmite mi ternura
reniego de este adelanto!

Amanece y ya me marcho
con un poso de amargura
y también, de calentura
que llevo un mes sin probarlo

lunes, 13 de agosto de 2012

Serena elegancia

La escena se desarrolla en unos grandes almacenes. Una señora algo desorientada mira hacia uno y otro lado buscando entre los departamento. Un empleado se le acerca.


  • ¡Buenas tardes, señora! ¿Puedo ayudarla? ¿Busca usted algo en concreto?
  • Sí, gracias. La sección de caballeros...si es usted tan amable. Disculpe pero me encuentro algo aturdida.
  • Está usted en el sitio justo. Yo soy el encargado ¿Qué desea?
  • Pues...ropa de caballero, ya me entiende, unos pantalones y una camisa a juego...¡ah! y una corbata.
  • ¿Tallas, señora?
  • 45 de pantalones y 44 de camisa
  • ¿Algún modelo en especial?
  • La verdad es que mi marido siempre ha escogido ropa de marca. No importa el precio.
  • Señora, aquí en este perchero puede usted ojear los últimos modelos de pantalones que acaban de entrar y, como puede usted apreciar, todos son de las mejores firmas del mercado ¿Color?
  • Quizás algo discreto...ya sabe...las circunstancias no aconsejan colores muy vistosos.
  • ¿Circunstancias? ¿A qué se refiere, señora?
  • Bueno, olvidé comentarle un detalle. Mi marido está muerto. Para ser exacto, muerto desde hace poco tiempo, apenas una hora.
  • ¿...muerto? ¡Qué me dice usted!
  • Sí, muerto. Un infarto. Ha sido el segundo y el que ha acabado con su vida. ¡Pobrecillo! ¡era tan bueno! Mire que yo le insistía en que debiera llevar siempre consigo ropa adecuada por si...bueno...ocurriera lo que ha sucedido.
  • Pero...su marido...o sea...su cuerpo...¿Donde se encuentra?
  • ¡Aquí cerca! En el aparcamiento. Lo he dejado sentado en el coche y si usted lo viera ¡Parece tan vivo!
  • ...¿en el aparcam...?
  • Sí. No me extraña que usted se sorprenda pero tiene una explicación. Mi marido es...ha sido siempre muy exigente en el vestir, casi, le diría, rozando lo presumido. Ha fallecido en la playa y en bañador ¡Si él se viera! No me puedo permitir presentarlo de tal guisa. ¡Qué vergüenza! Si conociera usted a su hermana...¡Nunca me lo perdonaría!
  • Pero...¡no me diga que ha traído usted a su marido muerto desde la playa!
  • Bueno...no lo he hecho yo sola. Un joven muy amable, mejorando lo presente, me ayudó a introducirlo en el coche. Costó más trabajo del que usted pueda imaginar. ¡Cómo sudaba el pobre! Pero entre ambos conseguimos sentarlo en el lugar del ocupante y ¡ahí está!...esperando, estoy segura, que yo lo vista como es debido para la ocasión.
  • Señora, me va usted a disculpar pero todo esto es tan extraño que creo oportuno consultar con mis superiores. Usted se hará cargo.
  • Por supuesto. Actúe usted como estime más conveniente pero, por favor, no se demore ya que, como comprenderá, un cuerpo muerto, con este calor, no debe permanecer mucho tiempo en esta situación...la rigidez, el olor...en fin, todos esos desagradables estigmas con los que se acompaña la ausencia de vida.
  • ¡Veré lo que puedo hacer! Aunque debo advertirle que en el caso que usted adquiera la ropa, no podemos admitir su devolución. Lo entiende ¿verdad?
  • ¡Claro! No soy de esas que van devolviendo el género a las primeras de cambio.
  • ...entonces...¿Ha elegido usted ya su compra?
  • Creo que sí. Déme esos pantalones grises y aquella camisa azul sufrido y, por favor, escoja usted una corbata que vaya bien al conjunto. Si le soy sincera, no entiendo en absoluto de corbatas ¡ah! ¡se me olvidaba!...y un cinturón de cuero negro, más que nada por añadir algo para su propio luto ¡El pobre cuidaba mucho, en vida, los detalles!
  • ¡Muy bien! Aguarde un momento. Voy a proceder a la factura y enseguida se lo envuelvo todo.
  • ¡No! ¡Déjelo! Démelo en la mano. Quiero probárselo y así, si le queda bien, dejarle correctamente vestido. Si necesito otras tallas, pierda cuidado, abonaré lo que sea necesario hasta encontrar lo adecuado.
  • ¿Cómo? ¡No me diga que piensa usted probarle la ropa al muer...a su marido!
  • No tiene por qué preocuparse. Ya me las arreglaré. Debo quitarle, eso sí, primero el bañador. Con tal de verle bien vestido, coma a él le hubiera gustado decir adiós a la vida, no repararé en esfuerzos.
  • ¿...y zapatos?
  • ¡Qué tonta soy! ¡Es usted un vendedor de los que ya no quedan! El pobre murió en chanclas y ahora que recuerdo, con arena entre los dedos de los pies. Voy a pasar por la sección de limpieza y después por la de perfumería...por si encuentro su colonia favorita ¡Le haría tanta feliz! Calza un 44 y, por favor, que sean negros y sin cordones.


miércoles, 8 de agosto de 2012

Olvido sobre ruedas



Tuve mi momento, no lo dudéis. Aún recuerdo cuando Roger me escogió entre una hilera de bicicletas, brillantes y lustrosas, bien engrasadas y con ese olor a nuevo que solemos desprender cuando aún mantenemos nuestra virginidad a flote. Fueron dos años de felicidad. Por las mañanas, recorría un corto trayecto desde casa hasta su lugar de trabajo, lo cual yo hacía sin apenas esfuerzo. Las tardes transcurrían bien en la tranquilidad de mi rinconcito o en esas escapadas de Roger hacia esa casa, tres calles más abajo, donde Helen, lo esperaba con su  bicicleta. Fue un flechazo. La bicicleta de Helen, pintada en un amarillo limpio, tan alegre, hizo temblar mis radios y cuando mi manillar rozó el suyo, creo que  hasta Roger notó mi estremecimiento. 

Contaba los días que faltaban para el fin de semana. Roger y Helen solían ir al parque y mientras ellos, recostados en la hierba, se besaban y se fundían en una sola persona, la bicicleta de Helen y yo, apoyados en el tronco de un árbol, nos mirábamos con nuestro único ojo e intentábamos alcanzarnos con nuestras respectivas ruedas delanteras para acariciarnos. 

¿Por qué nuestros dueños se cansan tan pronto de nosotras? Roger, adquirió una bicicleta más potente aprovechando un dinero inesperado. Me regaló - y digo regaló porque me traspasó por una miseria- a un conocido de un amigo, llamado Paul, cuyo trato no fue el esperado por mí. Yo me esforzaba en serle útil pero Paul me dejaba en cualquier lado, a la intemperie y comencé a presentar algunas grietas en las ruedas, un aspecto descuidado en el marco y una notable falta de engrase lo que me obligaba a caminar haciendo un desagradable ruido.

Paul pronto se cansó de mí y me regaló - esta vez fue un auténtico regalo - a un tal Peter, que acabó con la poca salud que me iba quedando. El muy ruin incluso me puso el nombre de " la vieja".  Reventé una mañana en el parque, precisamente en un lugar próximo a mis devaneos amorosos con la bicicleta de Helen. Peter me dio una patada maldiciéndome y me arrojó con desprecio al follaje.

Ahora aguardo a alguien que tal vez, con un poco de desembolso, pueda devolverme a la vida útil. Mientras, procuro esconderme cuando veo esa bicicleta amarilla que sigue tan brillante, lustrosa y alegre como cuando la conocí.

(foto personal en el Jardín Inglés de Münich)




sábado, 4 de agosto de 2012

RPE / M (El documento)

El recién nacido, un varón, presentaba un aspecto saludable y lustroso. Su madre lo acunaba contra su pecho y el padre miraba a ambos con una emoción contenida. La enfermera entró en la habitación y dirigiéndose al niño lo tomó en sus brazos, diciendo:

-Como sabéis, es preceptivo el estudio RPE / M. Debo llevarme a la criatura unos minutos para la extracción de sangre y demás pruebas pertinentes.

-Por supuesto, respondió el padre.

-¿Cuando sabremos si...? Replicó la madre fijando sus ojos en los de la enfermera.

-No os preocupéis. Nuestro equipo humano es de lo más eficiente y el material tecnológico del que dispone este hospital es de última generación. En menos de media hora podremos informar de los resultados.

Tanto el padre como la madre mantuvieron un prolongado silencio que se rompía de vez en cuando con suspiros y carraspeos. Si acaso, intercalaban algún que otro comentario sobre las diversas posibilidades con las que se jugaban gran parte de su futuro y el de su hijo.

El Dr. Martin L. Pardeza pertenecía al Servicio de Docugenética del Hospital Magenta y era el encargado de atender personalmente e informar a los familiares de los recién nacidos sobre los hallazgos encontrados en el estudio de Riesgo Porcentual de Enfermedad y Muerte , o sea, RPE-M, pronunciado "errepen", nombre coloquial con el que se conocía el documento oficial. Con su bata amarilla, el color que distinguía a los miembros del Servicio de Docugenética, entró en la habitación junto a la enfermera que empujaba con mimo la pequeña cuna en la que el niño dormía plácidamente.

La madre con sus ojos como ventanas y con un poso de indisimulada ansiedad, esperaba las noticias que el Dr. Martín traía consigo. En su mano derecha, el doctor portaba, apoyada sobre su antebrazo, una delgada pantalla que emitía una serie de puntitos luminosos que se iban convirtiendo en cifras y datos a una gran velocidad. Por unos segundos, sin ponerse de acuerdo, todos aguantaron la respiración.

-¡Veamos! rompió el hielo el Dr. Martín. Podemos decir que el resultado global del estudio RPE-M es bastante halagüeño. Por debajo del 1% se encuentran las principales enfermedades graves que afectan a la primera y segunda infancia. A 0,4 % baja este indicador en la adolescencia y entre un 2% - 3% para la edad adulta, es decir hasta los 70 años y manteniéndose este porcentaje hasta...

-Pero, doctor, interrumpió  el padre ¿Y el índice de E + PCM?  elevando algo el tono de voz al hacer la pregunta.

-Pues...como iba diciendo...según todos los demás indicadores y siempre con el factor de corrección de 0,0111, su hijo debe, perdón, es más que probable que fallezca a los 92 años de un accidente vasculo-cerebral agudo y es de suponer que sin sufrimiento apreciable. Todo ello, como es lógico, obviando los descubrimientos científicos que puedan desarrollarse en un futuro y que puedan retrasar dicha Edad y Posible Causa de Muerte o sea el indicador E + PCM.

El Dr. Martín tomó algo de aliento y continuó:

-Ni que decir tiene que todos estos indicadores predictivos pueden desviarse de manera notable en el caso de alguna circunstancia traumática que conduzca hacia una muerte violenta, voluntaria o involuntaria o enfermedades desconocidas hasta ahora en nuestro entorno.

Los padres se abrazaron y formaron una piña en torno a su hijo, respirando aliviados.

-¡92 años! ¡Y sin sufrimiento! Dijeron casi al unísono. Nosotros no lo veremos pero podremos vivir y morir tranquilos ante esa perspectiva.

-¡Teníamos tanto miedo! Exclamó el padre. Sobre todo conociendo mi carga genética tan negativa.

El padre se disculpó antes de ausentarse e dirigirse hacia la cafetería a tomar algo. Necesitaba permanecer algún tiempo solo para ahogar su contenida tensión nerviosa.

El doctor se despidió amablemente dando la enhorabuena. Solos quedaron en la habitación la madre y la enfermera. Ésta, tras un leve resoplido, preguntó en voz baja:

-Un último detalle, señora ¿desea conocer el IPS?  es decir el Indicador de Paternidad Segura. No es obligatorio y puede usted obviarlo.

La madre dudó un momento pero enseguida encadenó la pregunta con un

-...Sí...bueno. Simple curiosidad, añadió.

La enfermera sacó una hojita del bolsillo y dijo:

-Intuyo que usted ya lo sospechaba pero puesto que ha dado su autorización le confirmo que el hijo no es de su marido. Por favor, firme aquí. ¿Desea que él conozca esta circunstancia? Como sabe, no está tampoco obligada a ello, según la legislación vigente.

-...No, no lo deseo...¡déjelo! ¡quiero tanto a mi marido!. Sólo pretendía conseguir un buen material genético para nuestro hijo y creo que lo he...hemos conseguido.

La enfermera cerró la puerta. La madre besó en la mejilla a su hijo que empezaba a lloriquear y dirigiéndose a uno de sus pequeños oídos, musitó:

-¡No llores cariño! ¡Ahora viene papá!