viernes, 13 de julio de 2012

El violinista


El violinista no perdía de vista la primera fila de butacas en la que ella,   su ansiada deriva amorosa, acababa de tomar asiento. Lucía deslumbrante con ese vestido de raso ceñido que permitía palpar con la mirada su interior. Deseaba con todas sus fuerzas llamar su atención pero resultaba practicamente imposible hacerse notar entre tantos instrumentos que conformaban la orquesta. Aún así, esa noche siguió como nunca y nota a nota, las instrucciones del director, con la viva esperanza de que en algún momento se apercibiera que tocaba “sólo para ella”. 


Su esfuerzo no se vió recompensado y preso de una locura pasajera e indomable, lanzó el violín al aire gritando: ¡Te quiero! En ese preciso momento, la violinista que estaba a su lado, arrojó el violín hacia el suelo y abrazándole, contestó con una voz que rompió el escenario: ¡Yo tambien te quiero!

miércoles, 4 de julio de 2012

Casilda

Nadie en el pueblo conocía el motivo y mucho menos por qué escogió esa promesa. Casilda pasaba todas las tardes en la puerta de su casa haciendo crochet, tira a tira, sin orden ni concierto. La gente la animaba a trabajar por encargo y a vender el producto de su trabajo. Pero ella se negaba en redondo, argumentando que se trataba de una promesa y seguía tejiendo hasta hacer sangrar sus dedos, tiñendo de rojo su anárquico tejido. Así transcurrió la mayor parte de su vida y cuando murió, con 90 años, hubo necesidad de recurrir a los bomberos los cuales se vieron obligados a desalojar la vivienda abarrotada de cintas y más cintas de ganchillo.
En su entierro, unas manos piadosas arrojaron a la fosa sus agujas de coser  que sonaron como flechas en la tapa del ataúd y dicen que se oyó la mortecina voz de Casilda diciendo ¡gracias!

lunes, 2 de julio de 2012

Déjà vu

Vivaqueaba en la inmensidad de la salita de estar. Un vendaval, en forma de suave brisa, barría los resquicios de la ventana provocando un tsunami en la cortina que se mecía superando sus límites naturales. Tronó una de las silla agitada por el lomo del gato que buscaba consuelo donde sus patas no alcanzaban. Una catarata de whisky  se deslizó por las paredes del vaso de cristal tallado solidarizándose con los pequeños icebergs de hielo. Pulsó el timbre de su ordenador y el monitor le contestó con un relámpago. Ateridos de emoción, sus dedos atacaron el teclado, escribiendo:
" Vivaqueaba en la inmensidad de la salita de...."