El
violinista no perdía de vista la primera fila de butacas en la que ella, su ansiada deriva amorosa, acababa de tomar asiento. Lucía deslumbrante con ese vestido de raso ceñido que permitía palpar con la mirada su interior. Deseaba con todas sus fuerzas llamar su atención pero resultaba practicamente imposible
hacerse notar entre tantos instrumentos que conformaban la orquesta.
Aún así, esa noche siguió como nunca y nota a nota, las instrucciones del
director, con la viva esperanza de que en algún momento se apercibiera que
tocaba “sólo para ella”.
Su esfuerzo no se vió recompensado y preso de una locura pasajera e indomable, lanzó el violín al aire gritando: ¡Te quiero! En ese preciso momento, la violinista que estaba a su lado, arrojó el violín hacia el suelo y abrazándole, contestó con una voz que rompió el escenario: ¡Yo tambien te quiero!
Su esfuerzo no se vió recompensado y preso de una locura pasajera e indomable, lanzó el violín al aire gritando: ¡Te quiero! En ese preciso momento, la violinista que estaba a su lado, arrojó el violín hacia el suelo y abrazándole, contestó con una voz que rompió el escenario: ¡Yo tambien te quiero!